El eclipse de la dominación o el socialismo // Juan Domingo Sánchez Estop
1.
El
sujeto ha sido siempre un enigma para la filosofía, pues siempre se nos
presenta a la vez como lo más evidente y lo más inasible. Decía Kant que todas
las representaciones de mi mente llevan unido a ellas el « Yo
pienso », pero que ese « Yo pienso » no puede tener
representación de sí mismo, no puede ser objeto de un conocimiento positivo.
Las filosofías idealistas , aquellas que hacen del sujeto un principio
originario y del objeto una realidad derivada del sujeto, comparten todas ese
punto ciego por el cual la evidencia del sujeto no implica su conocimiento por
el propio sujeto. Abandonando ámbitos tan elevados, esta dualidad del sujeto
también se nos presenta en nuestra propia vida cotidiana en la cual creemos
realizar libremente, como sujetos libres, multitud de actos que supuestamente
deseamos sin preguntarnos nunca por la causa del deseo que nos impulsa a esos
actos. Somos a la vez conscientes del deseo e ignorantes de sus causas por lo
cual creemos que nuestra voluntad es libre y carece de otra causa que ella
misma. Según este planteamiento, la libertad del sujeto equivale a que su deseo
no tenga causas y a que, por consiguiente, el sujeto humano libre sea una
completa excepción al orden general de la naturaleza. Spinoza afirmó que esto
equivalía a representarse al hombre como « un imperio dentro de otro
imperio », estando el imperio del sujeto humano libre del imperio general
de las leyes naturales. El materialismo es la negación de este planteamiento y
el restablecimiento, en consonancia con los supuestos y los resultados de las
ciencias, de la continuidad del orden natural, pues afirma que la actividad
humana es un efecto más dentro de la naturaleza y que el deseo o los actos de
voluntad obedecen a causas determinables. Por su parte, el sujeto libre se
muestra, para el materialismo, como una ilusión producida por la imaginación en
determinadas circunstancias. Este reconocimiento del carácter ilusorio de la
libertad indeterminada del sujeto no disuelve la « evidencia » que
tiene para nosotros esta libertad, pero sí priva al sujeto de su supuesto
carácter de fundamento del conocimiento y de la acción.
2.
La
opacidad que se esconde detrás de la evidencia del sujeto tiene consecuencias
éticas, pero también políticas. No son pocos los casos en los cuales un sujeto
político se vuelve invisible para sí mismo, sobre todo en la política de la
modernidad capitalista, incluidas sus derivaciones socialistas. La
particularidad del capitalismo es que, siendo como es una sociedad de clases, a
nivel jurídico, político e institucional, se presenta como una sociedad sin
clases, en particular, sin clase dominante, como una sociedad en la que
prevalece una gran clase media. Todas las sociedades de clases anteriores al
capitalismo reconocieron ser sociedades de clases y justificaron la explotación
de los trabajadores por la desigualdad entre una clase dominante que gobierna
sin trabajar y una clase dominada que trabaja sin gobernar. El esclavismo, el
feudalismo, los distintos despotismos « orientales » reconocieron
esto e hicieron, por consiguiente, visible al sujeto de la dominación. El
capitalismo no hace esto, pues su institución central, el mercado, se basa en
la igualdad y la libertad de los individuos que en él intercambian sus bienes.
La dominación social es rigurosamente invisible, pues se sale de los marcos en
los que es posible verla o enunciarla : existe, pero solo a escala
microfísica (el despotismo de fábrica y otros despotismos laborales) o macrofísica
(la dictadura de clase de una clase unificada como Estado).
Ni
la burguesía ni las demás clases gestoras de la dominación capitalista son
visibles en el marco determinado por el derecho, la política o las distintas
ideologías. Pueden tal vez describirse sociológicamente sus modos de vida, sus
gustos, etc., pero no verse como clases dominantes ni explotadoras. Una
sociedad capitalista desarrollada, sin demasiados resabios de otros modos de
producción, acaba viéndose a sí misma como una gran clase media, como una
sociedad sin clases. La dominación de clase de las clases capitalistas solo
resultó visible y enunciable -y aún así con multitud de obstáculos y
dificultades- gracias a instrumentos de análisis específicos dispuestos por el
materialismo histórico, que funcionan como microscopios que penetran en los más
recónditos lugares de producción y explotación o como telescopios que aciertan
a ver el paisaje más amplio de una dominación social general de las clases
dominantes. Todo esto hace que la clase dominante no se presente nunca como tal
y que, incluso, no llegue a verse a sí misma como clase explotadora.
3.
Esa
invisibilidad de la clase dominante se perpetúa en los socialismos. Los
socialismos pretenden, supuestamente contra el capitalismo, realizar las promesas
de igualdad contenidas en el derecho burgués, promesas que quedaron incumplidas
debido a la dominación violenta e injusta de las clases capitalistas. Para
ello, se han valido de toda una serie de métodos, diferentes en las
socialdemocracias y los socialismos reales, que coincidían en un uso del Estado
como instrumento de la realización de esa igualdad. Este uso pudo consistir en
políticas democráticas orientadas a la redistribución de la riqueza, unidas a
un mayor control estatal de la economía por medio de normas y
nacionalizaciones, o en un control absoluto y en condiciones de absolutismo
político, del conjunto de la economía por parte del Estado. En el segundo caso,
el socialismo ya no era una tendencia política más dentro del pluralismo
democrático, sino, supuestamente, un orden social que había superado el
capitalismo y la sociedad de clases. Los dirigentes socialdemócratas se veían a
sí mismos como los gobernantes democráticos de una sociedad de clases medias en
la que había que hacer de esas clases medias la encarnación material de los
ideales de igualdad, pero los dirigentes del socialismo real presentaban su
sociedad sin dominación de clases de otra manera.
Para
entender el dispositivo ideológico que permitía en el socialismo real afirmar a
la vez la existencia de clases y la inexistencia de explotación y dominación
social, no hay mejor guía que Stalin. Como se sabe, en paralelo con los
procesos de Moscú, y bajo la inspiración del principal fiscal de estos
procesos, Vichinsky, Stalin acometió la singular tarea de transformar la URSS
en un « Estado socialista de derecho » dotado de una constitución. La
constitución soviética de 1936 sustituye así los textos revolucionarios y
consagra jurídicamente el nuevo orden. Stalin dedica a esta constitución un
interesante prólogo en el que expone la transformación social ocurrida en la
Unión Soviética desde la Revolución de Octubre :
« La clase de los terratenientes, como saben,
ya ha sido eliminada como resultado de la victoriosa conclusión de la guerra
civil. En cuanto a las demás clases explotadoras, han compartido la suerte de
la clase de los terratenientes. La clase capitalista en la esfera de la
industria ha dejado de existir. La clase de los « kulaks » en la esfera de la
agricultura ha dejado de exisitir. Y los mercaderes y especuladores en la
esfera del comercio han dejado de exisitir. De este modo, han sido eliminadas
todas las clases explotadoras.
Queda
la clase obrera.
Queda
el campesinado.
Queda
la intelligentsia. »
(Stalin,
Sobre el proyecto de constitución de la URSS, 25 de noviembre de 1936)
Nos
encontramos en este texto ante una situación paradójica en la cual, la clase
obrera, una clase que se define exclusivamente en la tradición marxista por su
expropiación y su explotación puede seguir existiendo, perseverando en su ser,
sin que exista ninguna clase que la expropie ni explote. Queda también el
campesinado, que tampoco es explotado, pero, sobre todo, « queda la
intelligentsia », la capa intelectual a la que pertenecen los dirigentes
soviéticos (incluido Stalin). Esta capa social habla y actúa desde una posición
dirigente (desde el Estado) como clase dominante, al tiempo que se hace a sí
misma invisible detrás de la denominación abstracta
« intelligentsia » y de la supuesta fusión de esta en una gran clase
media trabajadora que Stalin describe en estos términos : « las
líneas divisorias entre la clase obrera y los campesinos, así como entre estas
clases y los intelectuales, se están borrando, y [...] está desapareciendo el
viejo exclusivismo de clase. Esto significa que la distancia entre estos grupos
sociales se acorta cada vez más. » Tenemos así, un proceso revolucionario
detenido e institucionalizado como Estado que recupera junto al propio aparato
de Estado capitalista un orden jurídico basado en la expropiación de los
trabajadores por el Estado. Este orden se caracteriza por la imposición por un
Estado dueño de todo el capital, y sin ninguna competencia de otros
capitalistas, de un orden social dominado por la relación salarial y formas aberrantes
del intercambio de mercancías. Por otra parte, el socialismo real coincide con
las socialdemocracias en su voluntad paradójica de superar el orden de clases
mediante la creación de una gran clase media donde se fusionan tendencialmente
las clases sin realmente desaparecer. De lo que se trata es de hacer invisible,
en ambos casos, la dominación social y política y la explotación económica de
una clase dominante que no dice su nombre, ya se trate de la
« intelligentsia trabajadora » soviética o la clase política
socialdemócrata cooptada por las clases capitalistas a través del Estado.
4.
La
doctrina de Ernesto Laclau pretende superar los vicios de un socialismo
« científico » basado en el determinismo económico e incapaz de
pensar el momento político en su autonomía. Para ello, sustituye la
determinación de la política por la economía, que Laclau atribuye en general al
marxismo por un dispositivo teórico y político que permite pensar la política,
no ya como traducción de la lucha de clases en la esfera política, sino como
una articulación original de demandas sociales variadas y dispersas alrededor
de un significante vacío, sea este un líder, un nombre, un concepto o cualquier
otra cosa que sirva para establecer una cadena de equivalencias entre las demandas.
Tal es el sentido de lo que denomina Laclau « articulación
hegemónica ». Independientemente de que este tipo de planteamiento sea o
no una « superación del marxismo », lo que se aprecia en él es una
coincidencia con el más rancio marxismo, sea este socialdemócrata o estalinista
en la ofuscación o el eclipse del sujeto de la dominación. En la teoría
hegemónica de Laclau se piensa una articulación hegemónica que no tiene ninguna
raíz social ni económica predeterminada y, siendo como es artificial (se trata
explícitamente de una « operación »), no declara nunca, sin embargo,
cuál es su sujeto o artífice. Este lugar queda eludido en favor de un supuesto
significante vacío hegemónico sobre cuya constitución como tal no se nos
informa. Los agentes de la operación, cuyo término es la configuración de un
régimen de mando y obediencia, son tan invisibles y abstractos como lo son para
sí mismas y para la ideología dominante las clases dominates tanto en el
capitalismo como en sus derivas socialistas, en las que, por cierto, Laclau
inscribe su proyecto de hegemonía que se presenta como clave de una
« estrategia socialista ».
La
autoinvisibilidad del sujeto de la dominación no es el resultado de un engaño,
sino de una estructura que presenta a una clase dominante como la mera
encargada de gestionar un interés universal. Esa autoinvisibilidad es una
necesidad interna a las sociedades donde prevalece el modo de producción
capitalista, pero también a todas las fuerzas políticas, aun las supuestamente
anticapitalistas, que actúan desde el Estado. El Estado se presenta como
encarnación del interés general, de lo universal, como representante de una
gran clase media que la acción estatal contribuye a crear y reproducir. Esta
clase media es a la vez el efecto y el soporte de las pretensiones de
universalidad y de separación respecto de los conflictos y particularismos
sociales que caracterizan al Estado, pero es también una de las principales
externalidades socioeconómicas necesarias para la autoperpetuación de las
relaciones capitalistas de producción.
5.
Detrás
de toda política en la que el sujeto de la dominación se eclipse y se presente
como clase universal, representante de
« la gente » o de los « trabajadores de todas las
clases », o « constructor del pueblo », hay un proyecto de
dominación que se deniega a sí mismo. Solo un análisis en términos de clase y
una actuación política que no persiga la « realización » de la
« igualdad » sino una transformación efectiva de las relaciones
sociales de producción permitirá salir de los callejones sin salida de los
socialismos reales, realistas o populistas. A este respecto, en la actual
coyuntura interna de Podemos, el supuesto « debate » entre el
socialismo de izquierda clásico (eurocomunista o socialdemócrata) y la hipótesis
populista o hegemónica, esconde muy mal las coincidencias esenciales de los dos
principales sectores que aspiran al recambio de élites dentro del Estado
capitalista español.