Cuanto peor… PEOR! // Joan Rearte


Parar el golpe es resistir contra la desaparición de las izquierdas como horizonte político posible

La presidente Dilma Rousseff (PT) perdió las condiciones de gobernar el país
Dilma Rousseff debe renunciar ya, para ahorrar al pais el trauma del impeachment y superar tanto el impase que lo mantiene estancado como la calamidad sin precedentes del actual gobierno
(FOLHA DE SÃO PAULO, 2/4/2016)[1].

La editorial del diario Folha de São Paulo del día de ayer es claro y elocuente como todo síntoma digno de este nombre: la situación brasileña inmediata es alarmante. Avanza velozmente el proceso que puede culminar en la destitución de la presidenta electa con una diferencia de poco más de tres puntos porcentuales sobre el candidato de la oposición Aécio Neves (PSDB). Como explicó en su momento la propia presidenta, y como lo atestan los juristas más serios y lucidos, no se trata de discutir si el dispositivo del impeachment está o no previsto en la Constitución como mecanismo disponible para garantizar el equilibrio entre los poderes. De hecho, lo está. Lo que sucede es que la acusación especifica perpetrada en contra de la mandataria - las dichas “pedaladas fiscales” usadas, según la presidenta, para el pago de programas sociales - se basa en un supuesto delito distinto del que puede producir la condena buscada, y, consecuentemente, la pérdida del mandato: un crimen de responsabilidad.

Saltan a la vista de aquellos que siguen de cerca los hechos recientes en Brasil las arbitrariedades cometidas por un sector del poder judicial “representado” por la figura del juez Sergio Moro. Arbitrariedades estas potencializadas por la cobertura extremadamente parcial de los hechos por parte de los grandes medios brasileños (O Globo, Folha de São Paulo y Estadão), por el apoyo de una parte de la sociedad brasileña (cerca del 69% según la CNI-Ibope del 30/3/2016[2]) y del gran empresariado, mayormente el paulista, representado por la FIESP[3], que se declaró abiertamente a favor el impeachment. Si en un primer momento algunos analistas se ponían de acuerdo sobre la impronta republicana de la Operación Lava Jato ­básicamente por amortiguar el avance de la expoliación de lo publico por lo privado que tiene larga historia en el país-, se estableció asimismo rápidamente consenso en torno a la idea de que las sucesivas medidas de: 1/ coerción al ex-presidente Lula da Silva para declarar y 2/ la ejecución y rapidísima divulgación de las escuchas[4] telefónicas que involucraban a Lula y Dilma exponía el rasgo ya entonces patentemente político de dicha operación.

Ahora bien, si la descripción institucional puede explicar los hechos más evidentes del presente político, creo que no alcanza para pensar de qué lado plantarse en la coyuntura. Es decir: no alcanza para distinguir cuál es el peligro real que está en juego en este momento. Peligro real que está directamente vinculado al golpe en curso y al cual las fuerzas progresistas de la sociedad brasileña tienen la tarea de resistir.
No es para nada absurdo plantear que vivimos en Brasil el agotamiento de un ciclo de acumulación/regulación bajo su forma democrático-social dirigido por el Partido de los Trabajadores (PT). Dicho ciclo estuvo fundamentalmente marcado por una histórica desconcentración de la renta entre aquellos que viven de los rendimientos del trabajo, una fuerte creación de puestos de trabajo formal, el incentivo al consumo y la distribución de renta vía programas sociales como el Bolsa Familia. Si decimos que hay agotamiento del modelo de acumulación/regulación brasileño en su forma democrático-social es porque, si bien es verdad que en una estructura obscenamente disimétrica como la brasileña la utopía del trabajo formal sigue regulando la aspiración de gran parte de la población, también lo es el hecho de que no se ha frenado sustantivamente la vocación parasitaria de los sectores del empresariado que mantienen en niveles altísimos, por ejemplo, los índices de padecimiento y de accidentes de trabajo. Por otro lado, la combinación perversa entre la bajísima remuneración de más del 90% de los empleos creados en los últimos años y el incremento del crédito al consumo como instrumento de calentamiento del mercado interno hizo subir vertiginosamente el nivel de endeudamiento de las familias brasileñas. Dicho cuadro interno sumado a un escenario internacional de recesión no podría producir otra cosa que una situación realmente grave. De hecho, la insatisfacción frente a esta situación ha encontrado sus canales de manifestación, cuya expresión más elocuente y comentada fueron las manifestaciones de junio del 2013, pero que no se reducen a ese evento: como indican los datos del Departamento Sindical de Estadísticas y Estudios Socio-económicos (DIEESE), para el mismo año se registraron un total de 2050 paros, sumados el sector público y el sector privado, representando un aumento de 133,8% en relación con 2012[5].

Si juntamos las dos puntas, es decir, un escenario de extrema inestabilidad institucional desde arriba y un tejido social inflamable, o sea, un escenario donde los de abajo expresan un fuerte descontentamiento creciente - a veces difuso, es verdad, pero efectivo - con el gobierno y los de arriba ya no pueden gobernar, tenemos los elementos para caracterizar la coyuntura brasileña como una genuina crisis orgánica. El punto es que hay que elaborar la crisis más que padecerla y los formulismos vacíos sirven ahora tanto como sirven en cualquier otro momento, es decir, nada.  Es urgente defender los elementos democráticos en riesgo y reverter el avance conservador en el seno de la sociedad, siendo al mismo tiempo lo suficientemente lucidos en relación a la situación que vivimos en América Latina, es decir, de reflujo relativo de las experiencias llamadas progresistas.

En este sentido Argentina puede ser un óptimo punto de comparación. En poco más de tres meses de gobierno de la alianza Cambiemos, encabezada por Mauricio Macri, se ha producido la que posiblemente sea la más rápida transferencia de renta de abajo hacia arriba de la historia reciente de nuestro continente; en el mismo período, según los datos del ODS-UCA, el gobierno desplazó hacia la situación de pobreza cerca de 1,4 millones personas[6]; ya dejó más de 100.000 trabajadores en la calle; retomó el ciclo de endeudamiento externo y hizo uso de tarifazos estratosféricos.

¿Qué tiene que ver la alianza Cambiemos y el PRO en particular, con un posible gobierno del PMDB en Brasil? En apariencia, poco. Para empezar, por el tiempo de vida de ambas agremiaciones políticas. Frente a un partido nuevísimo, improvisado y sin tradición alguna en la historia argentina, tenemos el PMDB que acumula algunas décadas de actuación en la historia política de Brasil. Sin embargo, si miramos más de cerca, Cambiemos muestra muy bien qué es capaz de hacer un espacio político arribista, oportunista y cínico piloteando un Estado: criminalizar la política y utilizar la técnica como “cimento ideológico” de su máquina de producir y reproducir desigualdades. Pero hay algo todavía más grave y de lo cual este último país ha sido en estos días el sombrío escenario para aquellos que acompañan y viven su historia. Me refiero a la ofensiva contra los instrumentos retóricos, prácticos e institucionales de las fuerzas de izquierda.

Los límites del modelo de acumulación/regulación liderado por el gobierno del PT en la última década no pueden ser un pretexto para que se direccione el país a una derrota mucho más profunda y duradera, y que es inminente. Si la política puede ser definida como el arte de crear mundos posibles, es justamente la eliminación de las izquierdas como formuladores de tales mundos lo que está en juego en la coyuntura brasileña. Miremos lo que pasa en Argentina y tendremos forzosamente que constatar que hay un esfuerzo sistemático por amalgamar los significantes afines al campo político de izquierda con el vocabulario criminológico-autoritario; como, mutatis mutandis, fue otrora la operación de sutura de la hipótesis comunista. Es la sobrevivencia de las izquierdas como hipótesis posible, es decir, como posibilidad efectiva, lo que corre riesgo en este momento en Brasil. Es esta la elaboración de la crisis orgánica en curso que resulta más productiva en el momento. Es esta la discusión que tenemos que dar! El encadenamiento aleatorio de hechos cuya condensación precaria llamamos historia es implacable y suele condenar las abstracciones maravillosas que decantan en prácticas funestas. La tarea de las fuerzas democráticas en Brasil hoy (críticas o no al gobierno) es parar el golpe en marcha y resistir contra la desaparición forzada de las izquierdas como horizonte político posible.




[4] El juez pedirá disculpas al Supremo Tribunal Federal (STF) por su actuación en el caso de las escuchas: http://oglobo.globo.com/brasil/moro-pede-desculpas-pela-polemica-sobre-divulgacao-das-escutas-de-lula-18978816.  
[5] Consultable en http://www.dieese.org.br/estudosepesquisas/2013/estPesq79balancogreves2013.pdf. Para un comentario detallado de la investigación del DIEESE, 2015, ver las análisis de Ruy Braga en http://blogdaboitempo.com.br/2016/03/28/o-pacificador/. Para una visión más amplia sobre la política del precariado brasilero ver: BRAGA, Ruy. A política do precariado: do populismo à hegemonia lulista. São Paulo. Boitempo Editorial, 2012.