Diez tesis sobre la extrema derecha // Michael Löwy
(Traducción: José Gallego para VIENTO SUR)
I. Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos
observando desde hace algunos años en la mayoría de países del continente: el
espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se trata de un fenómeno sin
precedentes desde los años 30 del siglo XX. En la mayoría de los países este
movimiento obtuvo entre el 10 y el 20%, y en tres países -Francia, Inglaterra,
Dinamarca-, entre el 25 y el 30% de los votos. Pero su influencia es más vasta
que su electorado: contamina con sus ideas a la derecha “clásica” e igualmente
a una parte de la izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el
avance del Frente Nacional ha sobrepasado todas las previsiones, incluso las
más pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en una
edición reciente, “El tiempo se acabó”: “Il est minuit moins cinq”.
II. Esta
extrema derecha es muy diversa, se puede observar toda una gama desde partidos
abiertamente neonazis, como el griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas burguesas
perfectamente integradas en el juego político institucinal como el PPS suizo.
Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo,
el odio a los inmigrantes – sobre todo a los “extraeuropeos” – y a los gitanos
(el pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se le
puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la misoginia, el
autoritarismo, el rechazo de la democracia, la eurofobia. Respecto a otras
cuestiones – por ejemplo, el neoliberalismo o el laicismo – este movimiento
está más dividido.
III. Sería
un error creer que el fascismo y el antifascismo son fenómenos del pasado. Es
cierto que hoy no encontramos partidos de masas comparables al NSDAP alemán de
los años 30, pero ya en esta época el fascismo no se limitaba a un solo modelo:
el franquismo español y el salazarismo portugués eran bien diferentes de los
modelos italiano o alemán. Una parte importante de la extrema derecha europea
de hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso de
Amanecer Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas
ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el FPÖ
austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores tenían
estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas colaboracionistas
con el Tercer Reich. En otros países -Holanda, Suiza, Inglaterra, Dinamarca-
los partidos de extrema derecha no tienen origen fascista, pero comparten con
los primeros el racismo, la xenofobia y la islamofobia.
Uno de los
argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y que no
tiene gran cosa que ver con el fascismo es su aceptación de la democracia
parlamentaria y de la vía electoral para llegar al poder. Pero recordemos que
un tal Adolf Hitler fue aupado a la Cancillería por una votación legal del
Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento
francés. Si el Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones -una
hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué quedaría de la
democracia en Francia?
IV. La
crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con la excepción de
Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la izquierda radical. La
proporción entre las dos fuerzas es totalmente desequilibrada, contrariamente a
la situación europea de los años 30, que vivió, en la mayoría de países, un
aumento paralelo del fascismo y de la izquierda antifascista. La extrema
derecha actual se ha beneficiado sin duda de la crisis, pero ésta no lo explica
todo: en el Estado español y en Portugal, dos de los países más castigados por
la crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en Grecia, si bien
Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, ha sido
sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la izquierda radical. En Suiza
y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha afectado la
crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Así que habría que evitar las
explicaciones economicistas a menudo avanzadas por la izquierda.
V. Los
factores históricos juegan sin duda un papel: una larga y antigua tradición
antisemita en ciertos países; la persistencia de corrientes colaboracionistas
después de la Segunda Guerra Mundial; la cultura colonial, que sigue
impregnando actitudes y comportamientos mucho después de la descolonización, no
sólo en los antiguos imperios, también en el resto de países de Europa. Todos
estos factores están presentes en Francia y contribuyen a explicar el fenómeno
del lepenismo.
VI. El
concepto de “populismo”, empleado por ciertos politólogos, los medios e
igualmente por una parte de la izquierda, es absolutamente incapaz de rendir
cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y solo sirve para confundir. Si en la
América Latina de entre los años 19330 y 1960 el término correspondía a algo
más preciso -el varguismo, el peronismo, etc.-, su uso en Europa a partir de los
años 90 es cada vez más vago e impreciso. Se define el populismo como “una
posición política que toma partido por el pueblo frente las élites”, lo que es
válido para casi cualquier movimiento o partido político. Este pseudoconcepto,
aplicado a los partidos de extrema derecha, conduce -voluntaria o
involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más aceptables, cuando no
simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra las élites ?- evitando
cuidadosamente los términos que provocan rechazo: racismo, xenofobia, fascismo,
extrema derecha. “Populismo” es también utilizado de forma deliberadamente
mistificadora por las ideologías neoliberales para crear una amalgama entre la
extrema derecha y la izquierda radical, caracterizadas como “populismo de
derechas” y “populismo de izquierdas”, opuestos a las políticas liberales, a
“Europa”, etc.
VII. La
izquierda de todas las tendencias -con algunas excepciones- ha subestimado
cruelemente el peligro. No ha visto venir la ola parda, por lo tanto, no ha
visto necesario tomar la iniciativa para una movilización antifascista. Para
ciertas corrientes de la izquierda, la extrema derecha no es más que un
producto de la crisis y del desempleo, siendo éstas las causas a las que hay
que atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos razonamientos
típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la ofensiva
ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún
grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las ideas de la extrema
derecha, y en particular el racismo, han contaminado no solo a una gran parte
de la pequeña burguesía y de los desempleados, también a una parte de la clase
trabajadora y de la juventud. En el caso francés esto es particularmente
llamativo. Estas ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la
inmigración: el voto por el Frente Nacional, por ejemplo, ha crecido
particularmente en algunas regiones rurales que jamás han visto a un solo
inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que han sido recientemente el objetivo
de una ola de histeria racista bastante impresionante -con la complaciente
participación del antes ministro “socialista” de Interior, Manuel Valls- son
menos de veinte mil en toda Francia.
IX. Otro
análisis “clásico” de la izquierda sobre el fascismo es el que lo explica
esencialmente como un instrumento del gran capital para frenar la revolución y
al movimiento obrero. Pero como hoy el movimiento obrero es muy débil, y el
peligro revolucionario inexistente, el gran capital no tiene interés en sostener
a los movimientos de extrema derecha, así que la amenaza de una ofensiva parda
no existe. Se trata, una vez más, de una visión economicista, que no tiene en
cuenta la autonomía propia de los fenómenos políticos -los electores pueden
elegir a un partido político que no tenga el favor de la gran burguesía- y
parece ignorar que el gran capital puede acomodarse a toda clase de regímenes
políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay
una receta mágica para combatir a la extrema derecha. Hay que inspirarse, con una
distancia crítica, de las tradiciones antifascistas del pasado, pero también
hay que saber innovar para responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que
saber combinar las iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y
culturales unitarios, sólidamente oanizados y estructurados, a escala
nacional y continental. La unidad con todo el espectro “republicano” puede ser
puntual, pero un movimiento antifascista organizado no será eficaz y creíble si
está impulsado por las fuerzas que se sitúan hoy dentro del consenso neoliberal
dominante. Se trata de una lucha que no puede limitarse a las fronteras de un
solo país, sino que debe organizarse a escala europea. El combate contra el
racismo y la solidaridad con sus víctimas es uno de los componentes esenciales
de esta resistencia.