Comediantes y creativos

Sebastián Stavisky


Desde el 22 de noviembre pasado, una pregunta nos viene acompañando de manera casi obligada en reuniones de espacios políticos, charlas de café y sobremesas familiares: ¿cómo es que el macrismo ganó las elecciones? Sus respuestas, tan variadas como indefinidas, fluctúan entre una referencia a los modos de vida empresaria, los errores del gobierno saliente, la subestimación al entrante, una suerte de deseo inconsciente a la pobreza voluntaria de los sectores populares, el hastío a las formas confrontativas de ejercicio del poder, la incuestionabilidad del régimen de consumo, etc. Mientras tanto, sin dar aún con una respuesta que nos conforme, el macrismo ya empezó a gobernar y, quizás, el modo en que comenzó a hacerlo sea capaz de decirnos mucho más sobre la situación actual que cientos de elucubraciones sobre el carácter más o menos volátil de la opinión pública. De lo que se trata, en tal caso, es de dejar a un lado los análisis causales y comenzar a preguntarnos por algunas de las modalidades y tecnologías de este nuevo gobierno que, hasta ahora, pareciera ser el único en saber cómo surfear el momento de crisis en que nos encontramos. Acá van algunas breves y rápidas impresiones al respecto luego de asistir a tres de las últimas convocatorias llamadas a enfrentar sus primeras políticas. 
Asumir la falta no sólo de certezas sino también de coordenadas para pensar los nuevos tiempos quizás sea el primer paso para comprender al menos una pizca de lo que sucede. Las normas que hasta hace poco organizaban nuestras formas de percepción política están dejando de ser efectivas, y no porque nos conduzcan a juicios erróneos sino porque los fundamentos sobre los que se apoyaba la discernibilidad de los análisis atinados y desatinados se encuentran en período de reconfiguración. La crisis no es, como algunos quisieran creer, excluyente del kirchnerismo, también de quienes postulan la existencia de un sustrato común inmutable al que sería posible recurrir a modo de conjura contra el macrismo: los trabajadores como clase en sí contra la burguesía o las formas de vida plebeya como resistencia al empresario y el policía que llevamos dentro. Al mismo tiempo, la capacidad para llenar una plaza en defensa de lo conseguido en los últimos años, lejos de expresar la perdurable vitalidad de un movimiento, estaría confirmando su imposibilidad de pensarse ante la crisis. Y es que ya no se trata de exigir un respeto a las normas y leyes preexistentes, sino de indagar en las condiciones de posibilidad para su implementación.
El macrismo, por el contrario, pareciera percibir muy bien el modo de afrontar la nueva coyuntura. Cuando las normas carecen de fundamento sobre el cual apoyarse y medir su legitimidad, la relación entre su aplicación y los vectores con los cuales se miden se vuelve indiscernible. Mientras muchos auguraban que el triunfo de Macri sobre Scioli por un escaso margen lo obligaría a avanzar en las reformas que se proponía de manera prudente, la enorme cantidad de decretos firmados en sus primeros días de mandato corroboran, una vez más, tanto la necesidad (y urgencia) de descartar cualquier tipo de subestimación como la inteligencia de la que es capaz un “equipo” de gobierno que reconoce muy bien la singularidad del momento excepcional que le toca comandar. Un momento en que la distancia entre los modos de vida y las normas que pretenden gobernarlos se ha vuelto abismal, y la diferencia entre estas últimas y su instancia de aplicación, imposible de precisar. Es entonces cuando las manifestaciones de las últimas semanas, sean el llamado encuentro de los pueblos, aquella que reclamó que la ley de medios no se toca o la que exigió un bono de navidad para los trabajadores, no hacen más que demostrar tanto su precipitación por reunir cuerpos en el espacio público sin saber muy bien para qué como su impotencia para poner en funcionamiento formas de resistencia acordes a los tiempos que corren.
Pero si existe una característica que, en sintonía con el carácter decisicional de los decretos firmados, denota la especial sensibilidad del gobierno entrante con la situación de crisis que le toca asumir, ésta es su condición de bromista. Como bien podría decir cualquiera de nuestras abuelas, el macrismo es un plato, un (mal) chiste. La imagen del nuevo presidente bailando torpemente en el balcón de la Casa Rosada en la que muchos quisiéramos ver, si no una burla carnavalesca a las formas representativas de gobierno, cuanto menos una confirmación de nuestros juicios apresurados acerca de su idiotez, es por el contrario un gesto sumamente eficiente de variación de las normas ante una situación en que aquellas con las que hasta entonces se contaba están dejando de ser efectivas. El macrismo, en este sentido, tiene tanto de empresario y oenegeísta como de comediante y creativo. Tanto de Juan José Aranguren y Margarita Barrientos como de Miguel Del Sel y David Ogilvy. Si, como alguna vez alguien dijo, una vez triunfado el comunismo el individuo podría cazar por la mañana, pescar por la tarde, apacentar el ganado por la noche y dedicarse a la crítica luego de cenar, ahora que triunfó el individuo macrista bien puede éste participar de una reunión de CEO´s por la mañana, hacer voluntariado por la tarde, un show de stand up por la noche y todavía le queda tiempo para crear slogans publicitarios antes de irse a dormir. Hasta hace poco, creíamos que la innovación era un elemento privilegiado de las vanguardias estéticas afines a las formas de resistencia contra el conservadurismo de los gobiernos. Hoy los términos parecieran haberse invertido: la creatividad se encuentra del lado de los que gobiernan y el conservadurismo del de quienes decimos resistirlo.