Consignas: un ajuste de cuentas con el vocabulario del comunismo
por Diego Sztulwark
Deconstrucción, postmilitancia y estado
de sospecha son los caracteres activos de Consignas
libro de conversaciones que acaban de publicar (en La cebra) Oscar Ariel Cabezas
y Miguel Valderrama. La tapa de fondo negro lleva impresa una hoz y un martillo
y en su interior se asiste a un diálogo entre dos pensadores chilenos, ambos
universitarios, en torno a 10 cuestiones consideradas como fundamentales. La
primera de ellas es la idea misma de diálogo, seguida por nueve núcleos
temáticos esenciales para el activismo político de las últimas décadas (Militancia,
Democracia, Política, Resistencias, Soberanía, Izquierda, Emancipación,
Revolución, Comunismo).
¿Son éstas consignas? Alejandro Kaufman
(autor del prólogo) prefiere hablar de
“índice lexical” o “abecedario político”. Pero ¿es la izquierda asunto de
consignas?
La tradición libertaria piensa la resistencia
política como parte de una lucha más amplia por desobedecer al mundo organizado
como un sistema de comunicación cuyos contenidos no son sino una serie
ininterrumpida de órdenes recibidas. En la medida en que la consigna lleva en
sí misma la distinción jerárquica entre mandato y obediencia se descubre en
ella una ambigüedad fundamental que neutraliza lo político y lo vuelve incapaz
de trazar una auténtica diferencia entre estructura de mando y voluntad de
transformación e igualdad. En torno a la consigna –tema muy trabajado por
Ranciére- se concreta el motivo de la legitimación de tipo escolar del estado:
la desigualdad presente como vía de una siempre aplazada igualdad futura.
Así las cosas, las consignas de las
izquierdas militantes prolongan inadvertidamente estas mismas formaciones de
poder en el campo de quienes desean enfrentar los dispositivos de comando. Por
esta vía paradojal y deprimente, las fuerzas del cambio sucumben y se achatan lisa
y llanamente en una equiparación con el mundo del poder soberano al que
quisieran superar: los proyectos de liberación (los autores prefieren hablar de
“emancipación”) quedan empantanados sin solución a la vista.
Este es el punto de partida que mueve a
los autores a ensayar una nueva aproximación a los significantes que consideran
claves y que permanecen entrampados en un impasse teórico político de difícil
resolución, reapropiación que en el lenguaje de los autores debe funcionar más
bien como una “desapropiación”. Al hacerlo recorren con erudición asombrosa
buena parte de las discusiones filosóficas, políticas y literarias de los
últimos años en Chile, Argentina, EE.UU y Europa occidental. Aunque a la hora
de detectar presencias determinantes son sobre todo Derrida (la apelación al
“des” con que la deconstrucción señala que un concepto ha sido identificado
como perteneciente a una modernidad a revisar) y Badiou (el interés por el
acontecimiento, que en Chile parece inseparable del influyente ensayo de Bruno
Bosteels, Badiou
o el recomienzo del materialismo dialéctico) quienes más insisten. Y un Benjamin
prefigurante y desoído, profeta trágico que
sobrevuela el conjunto de la escritura.
El espíritu evaluativo de Consignas no debería engañarnos respecto
de su potencia de intervención. Si bien su estilo reflexivo sobre el carácter
ambivalente del agotamiento de la modernidad (sólo subsiste como fantasma que
nos acosa, presencia inercial que nos desafía a una renovación integral que no
puede menos que operarse desde el lenguaje) parece llevarnos al aburrido debate
sobre la condición de lo postmoderno, Consignas
constituye una fuerte intervención política y su luminosidad pertenece por
entero al cuadro de la nueva y vivaz coyuntura chilena signada por la
recomposición de las luchas y los movimientos sociales y por el protagonismo
que los estudiantes han adquirido en el proceso de subversión democrática de
los estratos de la muy neoliberal sociedad chilena.
La necesidad de renovar el léxico
político, de interrogar y reformular las consignas de la izquierda chilena
lleva a Oscar y a Miguel a revisar el arsenal disponible en el lenguaje para
forjar operaciones capaces de actualizar preguntas, imágenes y modos subjetivos
para una nueva experiencia. ¿Qué hallazgo surge de esa indagación? Un cuadro de
post-soberanía (título de un libro anterior de Oscar) “útil para pensar el
agotamiento de lo nacional-popular en América Latina”, una evocación de los
temas de las militancias retomadas bajo las exigencias de un post-activismo
(obsesionado con la figura de Bartleby y del des-obrar), la sempiterna
necesidad de elaborar un duelo y un decidido acompañamiento del ciclo de
gobiernos “rosas” (así llaman en la academia de los EE.UU a los gobiernos
progresistas de la región) personificados más en (el “cripto leninista”) García
Linera que en Chávez o Morales.
Parte de la complejidad del libro
consiste en la yuxtaposición de espacios – tiempos puestos en juego en la
enunciación: El chile de Allende y el debate postmarxista europeo; la coyuntura
sudamericana y la academia del norte desarrollado. En la cima de esta
complejidad se pueden leer pasajes como este: “necesitas, hoy más que nunca,
participar y apropiarte de los espacios institucionales que ofrece el Estado.
Aquellos que, como gran negocio académico, sostienen que hay que hacer un éxodo
del Estado o que hay que construir un poder paralelo se equivocan”. La necesidad
de retomar la discusión sobre instituciones y éxodo (noción que los autores no
aproximan nunca a la de substracción
sobre la que reflexionan favorablemente) fuera de las miserias académicas
obliga a conectar las tomas de posiciones de Consignas con acontecimientos que no le son del todo ajenos, como
por ejemplo con la extraordinaria conversación entre Pablo
Iglesias –candidato presidencial de Podemos, España- y Toni Negri.
Palinodia: la izquierda como “Kathechón
profano y secular” pero también como “tarea de inventar una nueva figura
heroica” fuera de todo retorno a lo sacrificial. ¿Cómo dialoga este lenguaje
con la concepción spinoziana del deseo (incompatible con el victimismo); con la
crítica marxiana de las nociones de la política (Estado, Desarrollismo, Explotación
por extracción), con la idea de “conversación” transida por el humor (Hume/Deleuze);
con la comicidad de la teoría y la idea de modernidad como aquello que sigue
activo y funcionando en el poema de Meschonnic; con la idea de un sujeto que retoma su
realidad sensible como lugar privilegiado para elaborar verdades históricas en
el muy citado León Rozitchner y con las micropolíticas involucradas en la
investigación militante?
“El viejo mundo está agonizando y el
nuevo está por llegar: este es el tiempo de los monstruos”, dice Gramsci (citado
por los autores como parte de las discusiones planteadas por Ernesto Laclau,
aunque se mencione también a José Aricó) en la primera página del libo. Consignas nos pone en estado de
deliberación política urgente, sin dar el paso que lo llevaría a revisar la
materia última de las consignas de movilización: su carácter mítico,
imaginario. Pero Sorel no es mencionado. Lo que cuenta es más bien la puesta en
circulación del nombre de comunismo (de “idea comunista”, propuesta por Alain
Badiou) como entorno para reprogramar nociones tales como “común” (como tarea
colectiva de “desterrerritorialización”; Félix Guattari) así como la invención de
una política “marrana”, doble militancia o militancia absoluta en la cual se
juega la coexistencia entre traición (la deserción) y la sobrevida (trabajo).
Hacia el final el texto se precipita, “la palabra comunismo carece de consignas”.
En tanto que pura palabra que liga con palabras puras es enarbolada por los global proffers. Pero estos no se ocupan
de aquello a lo que la palabra comunismo refiere: a la materialidad de sus
agenciamientos concretos. El comunismo debe luchar contra su circulación
superficial, esa que el aparato cultural y universitario del norte parasita. A
su vuelta de EE.UU, a donde había viajado invitado junto a Horacio Gonzalez por
compañeros de Cornell, León Rozitchner comentaba irónico la belleza de los
campus, “bien alejados de todos los problemas que nos hacen pensar”. En la
misma línea transcurre la última novela de Ricardo Piglia. Oscar y Miguel se
extienden en la analítica de neoimperialismo universitario, máquina neoliberal
de competencia entre vedettes que chupa todo lo chupa. Que todo le interesa
para licuarlo y neutralizarlo. Y constatan, como central al comunismo, la
carencia de resistencia a esa máquina “global”
del lenguaje.
¿Comunismo sin Marx? ¿Con Marx pero sin
marxismo? La pregunta ronda. ¿Qué hacer con Marx. ? Con Marx, sí: como lo hace
Sandro Mezzadra, leyéndolo como un clásico formidable del momento actual, en su
reciente En
la cocina de Marx. O Santiago López Petit en Hijos de la noche, donde Marx funciona junto con Artaud
porque el padecimiento se inmanentiza en el cuerpo y el cuerpo deviene lugar
del proletario, sitio de conversión de la convalecencia en desafío. Para que la vida sea humana.
Por eso se
lee a Marx, porque la guerra vuelve. Del comunismo político al “caos
teórico-político”. Consignas se afirma como un tratado de “anarquía filosófica”
o coronada para de combatir a los “nuevos teólogos del concepto”. Contra ellos
se afirma lo común “genérico”, indicando las comillas un cambio de atribución.
Donde se reenvía a Badiou nosotros podemos reenvíar al “joven” Marx, preocupado
como estaba por hacer filosofía terrena.