Percepción y genocidio. La contracara del consensualismo argentino *
por Diego Sztulwark
Escribir un epílogo es
extraer una transversal al texto.
1.
De la nación se ocupan los
historiadores con la misma naturalidad con que de la crítica se encargan los
filósofos y del estado, los llamados políticos. En el cortocircuito de estas
figuras, los ensayos de Bruno Nápoli subvierten la na(rra)ción con la que se
pretende unificar un pasado y un supuesto horizonte compartido. El “impresente”
desde el que nos habla es principio de substracción y espíritu de combate
contra la discursividad con que la época pretende conformarnos.
Los discursos de época
comienzan por resaltar la importancia de lo discursivo “en sí”. Por miles se
cuenten los teóricos que nos recuerdan que lo “discursivo” no se reduce al
“lenguaje”, sino que se amplía y abarca a todo hecho con significación. Se
trata, en sus bocas, de una advertencia falaz. Puesto que la representación del
lenguaje que esgrimen (lingüística estructural) comanda su comprensión del
discurso.
En nombre de mayo
tiene su propia representación del lenguaje –menos retórica, menos
universitaria. Emplea un lenguaje contrario al régimen del discurso fundado en
la legitimación. Y eso lo hace un libro digno de cuidado.
2
¿Cómo hay que ser para decir
“konchuda”? La cuestión de cómo se habla deviene inseparable de cómo se es.
Konchuda es para Bruno Napoli una expresión reveladora. Se ofrece como clave de
acceso al secreto del ser de una cierta lengua: la lengua nacional, hecha de
“pasión y anatomía”.
Dice –de Cristina- “konchuda”
el argentino o argentina imbuíd@ en el bicentenario fervor por salvar a la
patria. Que “Patria” provenga de “padre” no obsta para que los salvadores,
machos viriles, la tomen por Mujer. Mujer siempre acosada. Siempre en peligro.
Mujer que debe ser salvada. La esencia de la patria es, pues, el cuerpo
femenino en peligro. Y donde crece el peligro, crece lo salvador.
La historia nacional está
empachada de Redentores, Protectores o Fascistas. Salvíficos perseguidos de
todo aquello que porte el virus del desvío. La zaga de viriles guardias
patrióticos se da sobre un fondo teológico-político, como sucede en Besar a
la muerta, la novela de Horacio González. O bien en la línea de superficies
de lo erótico-político (“una formidable erotización del cuerpo político”; que
abarca a los cuerpos de los muertos). En ambos casos Salvar y Poseer se trenzan
en torno al cuerpo deseado. La Patria.
Tres tesis nos permiten
comprender la trama que va del Cuerpo Amado a la lengua de la violencia y la
aniquilación de los cuerpos amenazantes: Primera: en nombre de mayo unas
fuerzas Conservadoras ocupan la lengua y la corroen con un veneno esencialmente
denigratorio, que apunta a toda presencia extraña (sea por las ideas, sea por
el color, sea por su modo de desear); segunda: esas fuerzas
denigratorias no son lingüísticas sin ser antes, y sobre todo, afectivas. La
denigración es políticamente reaccionaria y sus móviles incluyen una dimensión
patriarca-deseante, sexual; y tercera: no es en el juego interno de la
significación de las palabras, sino en el del sentido (como “lo” sentido) que
se elucida y elabora lo que estas fuerzas reaccionarias ponen en juego en
y a partir del lenguaje.
3.
La escritura que combate con
estas fuerzas de la humillación debe ser franca e incapaz de transacción
alguna. No se trata de lograr una “claridad” comunicativa atiborrada de
concesiones, ni de alcanzar la abyección de unos modos progresistas en la
expresión. Sino de aguzar la conciencia en torno a la carga afectiva presente
(incluso en su ausencia) en lo se dice. Un exceso en la significación.
Pasiones.
En eso se detiene la escucha
interesada en el insulto: en un decir que quiere humillar. En la detección de
una derecha del lenguaje (porque derecha de los cuerpos.
Para hablar de otro modo (que
como se habla) hace falta trastocar la carga sensible. Para derrotar la
comprensión patria-rcal de la redención, siempre alerta ante el peligro de los
desviados (antes zurdos, ahora negros), hay que trasmutar algo en el plano de
los afectos. Este es el proyecto no declarado de En nombre de mayo.
4.
Loca y desbordada la patria,
de tantas veces salvada, se obsesiona con los nombres de quienes la poseyeron.
En los archivos de Bruno Nápoli hemos leído las palabras del General Perón. El
del Gou; pero sobre todo el de los años setenta. Pertenecientes al intolerable
momento en el que sus palabras se confundieron con las que el General Videla,
pronunciadas tiempo antes del golpe.
Para que tan escandalosa
aproximación sea posible, había que delimitar previamente la diferencia entre
ambos. De esa diferencia se había ocupado León Rozitchner: “Perón tiene
necesidad de hacer creer: hacer coincidir lo imaginario y lo real. Y puede
presentar sus resultados que, contra toda teoría, tienen el valor de la
evidencia empírica:
‘Esta es la solución. A
nosotros nos ha ido bien con ella. Cada uno come más, viste mejor, vive más
feliz y los capitalistas ganan más ahora que antes’
Así, la economía libidinal
alcanzó su verificación de lo bien logrado de su transacción. Pero si todos
ganan más que antes es porque no lo hacen, pese a estar en la misma realidad,
en el mismo nivel. Los obreros ganan más cuanto más pierden en el campo de lo
posible, los capitalistas cuanto menos pierden en el campo de lo real”.
Perón es el tiempo; Videla,
la sangre. Perón la política; Videla, la guerra (la política por otros medios).
Pero sus palabras se superpusieron y el juego entero de la dominación devino un
desquicio. ¿Cuándo fue eso?: ¿con la Triple A ? Podemos discutir si 1972 o 1973. Como
sea, fue bastante antes del 76.
5.
La pasión por la anatomía
fijada, sino muerta, que mueve a la lengua nacional va de la denigración a la
desaparición de personas. Su culminación. La desaparición es el secuestro
definitivo de aquello que en el cuerpo vivo son las acciones. Lo que queda es
un cuerpo de símbolos e imágenes. Sobre la nada muda que queda buscamos el
cuerpo vivo desaparecido. Se intenta todo: teatralizaciones, retóricas,
homenajes. Políticas de la
Memoria.
Donde la potencia del cuerpo
vivo solo puede representarse, sólo puede haber olvido. Recuerdo de aquello que
en él no era potencia. Sustitución por un cuerpo de puras imágenes y palabras.
Pero palabras tenemos todos. Y de todo se puede decir. Y se ha dicho. Lo que no
puede hacerse -esto es fundamental- es dejar de hablar de eso. Eso es el genocidio.
No se puede pensar el país
sin el genocidio. No se ha encontrado el modo de cancelar el asunto. De allí la
tentación de apropiárselo. Hablando. Y por eso es de esperar que gobernantes
futuros digan cosas (otras) del genocidio. ¿Qué nuevas maneras de apropiarse
del asunto han de inventarse en el futuro inmediato? Hay pistas.
“Reconciliación”, General Milani. “Memorial”, Héctor Leis.
6.
Por discursos de legitimación
se entiende un cierto decir que vale tanto por lo que muestra como por lo que
obtura.
Por prácticas de soberanía se
entiende un cierto hacer que se exhibe comunicando; un derecho a la violencia
que surge como enunciado del modo mismo en que se emplea la violencia (de allí
la importancia de que esos actos de violencia sean públicos, visibles).
El objeto del mando político
no es la ley, sino la capacidad de normar. De allí que, legal o ilegal, apunte
siempre a determinar la sensibilidad de los gobernados. Su acción se recae en
la vista de los otros. Configura, afectando la percepción, la realidad en la
que se cree. Es el secreto de los poderes a los que se teme.
Crédulos o aterrados, nuestro
diálogo con los poderes pasa por lo que vemos y callamos. Solo que casi lo
olvidamos para poder hablar sin cuestionarnos. Nos convertimos en cómplices en
el saber. Sobrevivimos gracias a lo que sabemos. Y eso lo sentimos como
privilegio. Sin tomar en consideración esta culpa de saber que se sobrevive
gracias a lo que se ve y se calla no se entenderían las razones de la
obediencia.
7.
Después de todo, quizás no se
trata de cosas tan diferentes. De hecho los problemas de percepción son tan
importantes como los de subjetividad (culpa y obediencia) a la hora de
comprender las determinaciones de un poder colectivo. Es el eje Maquiavelo,
Spinoza y Marx. El florentino creía que la religión y la moral ocultaban al
pueblo los secretos del poder. De allí el valor de la difusión –mediante la
publicación de El Príncipe- del
fundamento político de las articulaciones de la vida colectiva: armas y dinero.
Spinoza revelaba en el libro III de su Ética la naturaleza afectiva del
cuerpo humano y denunciaba a todos aquellos que se burlan y menosprecian de
ella. En efecto: una vez devaluado el cuerpo humano como lugar desde el cual
experimentar la utilidad común, se pierden las claves de la experiencia y de la
comprensión del poder colectivo. Separados de lo que podemos, la tristeza se
continua en obediencia.
Que el poder tiránico opaca
el mundo de las relaciones sociales y que el reino de las mercancías
distorsiona (fetichizando) las percepciones colectivas son las premisas de lo
que Marx elaboró como critica de la economía política, o comprensión colectiva
de la trama de cuerpos e ideas del universo.
El miedo y la culpa se
enlazan con el fetichismo en el periodo de intensificación del poder del
capital y, sobre todo, de las finanzas. El poder del dinero, que hace vivir o
deja morir. Bajo su yugo, la ganancia deviene renta; lo heterogéneo deviene
caótico; lo común, objeto de explotación feroz; la cooperación productiva, explotación
indiscriminada.
Los discursos legitimadores
fracturan la comprensión de este proceso. Las palabras suben mientras las
imágenes bajan. El archivo audiovisual se disyunta. Una cosa es lo que se dice,
otra lo que se ve. El signo toma el poder sobre el ritmo. Lo más abstracto
sobre lo más concreto. Este concreto representado y gobernado por lo abstracto
hace máquina. Los más complejos dispositivos financieros se ponen en la base
del hacer trabajar, del hacer producir. Lo financiero como diseño y vampirización
del trabajo social. No es anarko-capitalismo, sino lo serio del capitalismo.
8.
Durante diciembre del 2001 la
clase media salió a la calle. En pocos días se apropió de la crisis. Así de
fácil. Los ahorros en dólares como verdad última de la paz social. Diciembre de
2001 fue también una gran escuela para los llamados políticos. Lo que diciembre
de 2001 no parece haber sido es espacio de insurgencia. Los olvidados de
siempre fueron desplazados de la escena por las quejas y asambleas de los
protagonistas de siempre. Lo piquetero pudo ser rehecho desde arriba, porque no
se creyó en la potencia de lo que había producido antes desde abajo.
Diciembre de 2001 pervive
como la coyuntura gracias a la cual fue posible la articulación hegemónica
entre políticos astutos, clases medias beneficiadas y movimientos sociales
incluidos. Es la convergencia popular que constituye de pleno derecho la
máquina de la gubernamentalidad.
Si diciembre de 2001 no
guarda la huella caliente de la insurgencia, conserva, en los hechos, la fuerza
un cierto enloquecimiento urbano. Cada diciembre desde entonces, y cada año con
mayor intensidad, se abren unas oscuras paritarias callejeras.
9.
El im-presente de Bruno
Napoli irrumpe en el preciso instante en que la dialéctica entre el poder
obturador –las prácticas cancelatorias que anidan en el estado (gobierne quien
lo gobierne, mientras el estado sea el estado)– y la imposibilidad misma de
cancelación, alojada en el hecho mismo del genocidio.
Gobernar es salvar al estado
(para salvar a la patria). En el ‘83 se salva al estado diciendo que el
terrorismo estuvo a cargo de las Fuerzas Armadas. En 2003 se dice que el
neoliberalismo de los años 90 estuvo a cargo del mercado.
Salvo 2001. Allí, se suele
decir hoy día, fue “la gente” pidiendo estado. Porque, según se dice, no había.
Sin salvador a la vista, llegó Duhalde. ¿Se lo quería? Se hacen malabarismos
para no pensar la destitución. No se quiere pensar la potencia de destitución.
Porque eso inhabilita la ecuación fundamental. Esa que puede armarse cuando,
después de la masacre de Avellaneda, se convoca por fin a elecciones.
Si no hubo estado, no hubo
allí destitución. El estado es lo que se construye a partir del 2003. De allí
para adelante. Es mejor así. Pensar el “acontecimiento” 2003. Es cómico. Pero
no es cómico el bloque más reaccionario de las fuerzas que adoptan el lenguaje
de la “destitución”. Más o menos estado: es todo lo que se puede
pensar.
10
No se piensa desde las
potencias truncadas (impasse) de las
dinámicas de constitución. Se piensa la institución, en y por la institución.
Contra la destitución.
El antagonismo social se
juega en el dos. No en el tres. El tres de la institución sin constitución es
mediación; formalista, y liberal; o social, y cristiana.
11.
El genocidio fue posible. Los
especialistas de la Memoria
no van a responder a la pregunta ¿cómo fue posible? Ellos van a contar que se
cegaron vidas. Pero el genocidio es aniquilamiento de ciertos modos de vida.
Inevitable e intencionalmente público, el genocidio es pedagogía y se continúa como pedagogía. Y esto es así porque el genocidio (de Roca a Videla) salva. Salva y perpetúa a determinados modos de vida.
Las Políticas de la Memoria no pueden –no
apuntan a- subvertir los efectos narrativos y pedagógicos del genocidio.
Apuntan sí, a compensar. Apuntan a la vida. No a los modos de vida.
12.
Si, como dice Rita Segato,
los actos de violencia se dan como enunciados de un texto, se comprende el
error ideológico de suponer que las cámaras, esa disposición a verlo todo, vaya
a disuadir la llamada “inseguridad”. La violencia, además de expresiva, es
mediática. Se quiere ser visto. Siempre fue así. Al menos desde que por medio
de sacrificios crueldad era dedicada al goce de los dioses.
Mediático es el régimen de
existencia. El automatismo percepción-acción. El sistema de la asociación
imagen-valor-reacción. Y la compulsión al control. Mediático el acontecimiento.
Mediática la lógica de su gobierno.
13.
Sobre espacios de discusión.
Pero sobre todo faltan. Faltan los espacios donde pensar lo que incomoda.
Incomoda la vigencia de cierta legislación comercial y financiera de la
dictadura. La indiferencia moral ante los modos en que prolifera y se socializa
la violencia de arriba. La incapacidad para combatir a fondo las relaciones,
las instituciones, de la explotación social.
Por eso, aunque se hable de
Rodolfo Walsh, Rodolfo Walsh falta. Falta investigación política. Y sin
ella no hay otro modo de elaborar a un programa. Pero para eso falta
poner en juego, porque es incómodo, una transformación subjetiva del sujeto que
investiga y escribe. Porque se es militante de una verdad previa; verdad a
priori; verdad-creencia; verdad revelada. No se es militante de una verdad que
debe ser elaborada, verdad a posteriori, verdad proceso, verdad capaz de
suspicacias.
13.
El im-presente es político en
la medida en que subleva contra el borramiento. De allí el ritornello de Bruno
Napoli: ¿cómo fue posible el genocidio? La máquina militar genocida extrajo sus
motivos de un ancestral fondo salvífico de “la patria”. Y se alió con los
sectores del capital (agro-exportador y financiero) en mejores condiciones de
financiar en tiempo real la empresa de borramiento social (en detrimento del
capital industrial).
La coalición política que
comandó el borramiento abarca a las corporaciones patronales que ocuparon los
órganos de regulación de la economía desde el poder ejecutivo, y un poder
judicial jamás intervenido.
No se trata, es cierto, de
una coalición contingente, ni de repetir el discurso que dice que el terrorismo
de estado fue necesario “para” aplicar un plan económico. El archivo de
Bruno Nápoli revela que el siguiente destiempo: 1972-73, nace el terrorismo de
estado; 1977 se consolida el bloque capaz de financiar la maquinaria genocida.
¿Cómo fue posible el
genocidio? Por la afinidad de fundamento entre diversos salvadores de la
nación. Tras la pragmática política de la desaparición trabaja una mirada
convergente –igualmente borrante- en torno a la función del dinero, la
propiedad de la tierra, y la concepción de las leyes y las armas.
14.
Suspicacia como método, para
zafar de la ilusión creyente y el odio reactivo. Los “ojos ciegos bien
abiertos”, para pensar las tramas anunciadas en los modos de darse de launa
genealogía de la violencia, hoy socializada. De la concentración estatal
(jurídica y enunciativa) del genocidio, a la dispersión actual, en la que el
poder de matar se fragmenta entre policías provinciales, bandas armadas, y los
sicarios al servicio de empresas de desmonte o del mundo narco. Tercerización y
delegación enunciativa (racismo y sexismo). Pasaje del “zurdo” o “comunista”,
substraído a la vida pública, sumergido en centros clandestinos de detención y
sometido a borramiento por parte de una burocracia perfectamente legal; a la
trata y el asesinato de jóvenes (“negros villeros” y “putas”) a partir del
funcionamiento de mecanismos y redes empresariales, coordinadas con
funcionarios y agentes públicos que saben, participan y recaudan de esas
tramas. Asunto de jurisprudencia. Y pasaje de la Doctrina de Seguridad
Nacional a un Nuevo tipo de Conflicto Social.
15.
En nombre de mayo
opera toda reducción de los posibles al dispositivo estatal-nacional. Al que se
considera como parte de la máquina del mercado mundial. Se lo piensa como un
instrumento feroz de imposición patriarcal; un gran disciplinador. Y un factor
agresivo para la sensibilidad, en tanto que garante de la máquina. Porque se lo
sospecha como fuente y sostén a largo plazo de una persistente pedagogía de la
crueldad, gran artífice de un actor perverso cuyo mayor logro ha sido
socializar la intolerancia y la violencia, para desaparecer en esa figura opaca
e incuestionable que es la “sociedad”
* Este texto se editó como epílogo a En nombres de mayo, el impresente político, de Bruno Nápoli