María y Álvaro: la fuerza de las luchas; la fuerza de la maniobra
por Rosa Lugano y
Raquel Gutiérrez
¿Por qué inquieta tanto a las militancias autonomistas el diálogo entre la activista
feminista boliviana María Galindo y Álvaro García Linera, actual vicepresidente
de Bolivia?
La ejemplaridad de la escena y de la conversación misma proviene
de la densidad de los interlocutores: mientras María pone en acto la fuerza de
la palabra no domesticada ni subordinada de los movimientos frente a las
instituciones del estado, Álvaro es uno de los pocos miembros del elenco
gubernamental llamado progresista de América del Sur que procede de (y por
tanto conoce) la lógica de los movimientos.
Lo que se distingue con más fuerza, sin embargo, es la
posición de María Galindo. El modo claro y firme de dirigirse al estado, nada
“demandante”, nada “victimista”, pone en evidencia dos lógicas, que al menos
hace una década y media recorren al continente, aunque una de ellas acabe por
devorarse a la otra: por debajo, desde antes y en las grietas de la lógica
estatal-estratégica, que es la de las relaciones de fuerzas y la sensatez del
juego institucional, está la dinámica de los movimientos, su lenguaje, sus
tiempos, su agenda (en este caso, la lucha contra la penalización del aborto).
El vicepresidente encarna a la perfección su papel:
prudente, atento a la factibilidad de las iniciativas, dueño de los tiempos,
cordial-aunque-tenso interlocutor: actuando
de Gran Profesor que sabe y controla aquello
que el estado puede y aquello que no. Lo que no puede el estado, corresponde a
la insurrección y a la fuerza de las luchas.
Visto desde el estado, la insurrección es deseable mientras no sea
actual…
Escuchemos la pedagogía que se despliega: hay continuidad y
causalidad entre movilización social y ocupación del estado por parte de los
llamados gobiernos progresistas, pero una vez instalados esa fuerza es
minorizada, lxs protagonistas convertidxs en alumnxs y espectadores. Todo se
inscribe así en una nueva vuelta de tuerca –y de lenguaje– del despojo, que es
la más íntima clave del mando del capital.
La misma María Galindo que gritaba contra el gobierno de
Sánchez de Lozada cuando Álvaro estaba en la cárcel es la que hoy interpela al
gobernante que reposa en el juego de la relación de fuerzas. El choque entre las dos lógicas produce un
efecto de contra-pedagogía: el profesor ve obstaculizada su lección sobre el
límite de lo posible. La performance irreverente, como enunciación autónoma,
opera una vez más abriendo horizontes.
El lenguaje de María, mientras tanto, dialoga con el estado.
No lo niega, no le escapa, no se modera ni lo consiente. Le habla de igual a
igual en su diferencia radical: porque vuelve a exhibir la fuente de la fuerza
social como fuerza inmediatamente política. Pone en escena así una clave de la
potencia que interpela al continente: hablar de igual a igual sin perderse, sin
aceptar la minorización, negando jerarquías y prerrogativas a un poder central
que enuncia siempre desde arriba.
Lo que interesa de esta entrevista singular, tanto a
gobernistas como autonomistas, es que dramatiza la insubordinación en un
momento de frustración de las aspiraciones emancipatorias que quiso tener el
imaginario neo-desarrollista. No es un llamado al diálogo ni a la tramitación
benevolente de demandas, reconocimientos y reparaciones, sino la reaparición de
la tensión entre dos dinámicas políticas irreductibles. La performance política
de María le habla directo a las luchas de abajo: apunta a la activación de su
fuerza y a redescubrir un lugar propio desde el cual decir, evaluar y
confrontar.