Catástrofe
por Juan Pablo
Maccia
Le cabe al
gobierno de la presidenta Cristina aquello que las antiguas sabidurías
aplicaban a todo fenómeno: no hay luz sin sombra, ni esplendor sin tinieblas.
En términos de
coyunturas recientes, no podemos concebir el 54% de las elecciones del 2011 sin
tomar en cuenta su contracara directa: la serie de las catástrofes iniciadas en
la infraestructura de servicios urbanos durante el verano del 2012 (en el sistema
ferroviario), y prolongadas durante el caos energético y policial del reciente
diciembre de 2013.
Siempre habrá
quien reaccione desde el polemos occidental contra las
sinuosidades orientales simplificando cuestiones espesas y enfatizando
una sola cara de la verdad: o bien el gobierno popular es atacado por derechas
impiadosas, insensibles incluso ante accidentes que a cualquier gobierno del
mundo pudieran ocurrirle; o bien la desinversión en áreas claves de
infraestructura desmiente los signos “progre” de la superestructura,
atribuyendo la insensibilidad al propio gobierno.
La discusión no es
superflua desde el momento en que el cruce de ambos vectores argumentales se
produce sobre una cuestión esencial: ¿qué cosa cabe entender por “lo popular”.
¿Es el pueblo el sujeto a “incluir”, o bien una clientela a satisfacer?. El
descuido de los bienes públicos afecta de modo ostensible las condiciones de
vida de las franjas populares y trabajadoras (sean estos vistos como
víctimas del neoliberalismo o como mercados a conquistar), y por tanto no es
políticamente prudente descuidar la calidad de estas estructuras para disputar
en las superficies de la batalla “cultural”, corazón del diferendo del último
decenio.
Por suerte el
gobierno ha tomado debida –no es chicana- nota del asunto. Si bien es cierto
que lo ha hecho de un modo curioso, por medio del discurso de la “catástrofe”.
La idea nació con las inundaciones de La Plata (militancias mas fuerzas
armadas). Aquella versión heroica dio la mejor frase de Cabandié: “sin
militancia no hay estado”. Las cosas han cambiado. La Catástrofe actual depende
directamente del ministerio se seguridad. En su cúspide están la experta en
calamidades con experiencia en Haití, la eficaz Cecilia Rodriguez, junto con el
cura Molina y el Vice –Rambo- Berni. Lo demás, son ministros
ataja-penales, como Randazo, perfilándose como candidato a revertir el desastre
de los trenes.
Imagino que los
desprevenidos pueden creer que estas líneas son escritas por un opositor, dado
que no explayo, por verguenza ajena, sobre la escena de Pino acordando con
Cobos para contrabalancear a la burocracia de la UCR y el PS en Unen.
¿Qué queda
entonces? Scioli. El único que le pone nombre y apellido al enemigo. ¿Qué dice
Scioli? Que las fuerzas armadas deben actuar en torno al narco, que se ha
convertido en asunto de seguridad interior…
No soy de los que
apelan al yoga cuando el saber nacional mengua: pero haríamos bien en leer
estos tiempos oscilantes con el Tao te ching en la
mano.