Brasil: la liberación de los pobres es la paz

Por Giuseppe Cocco, Eduardo Baker, Bruno Cava



En junio de 2013, una multitud de trabajadores metropolitanos comenzó a manifestarse en São Paulo en protesta contra el aumento del precio del billete de autobús. El 20 de junio se manifestaron millones de personas en más de 400 ciudades y Río de Janeiro se convirtió en el principal centro de propagación del movimiento y de su continuidad hasta la actualidad.

Volvamos a junio: en la noche del 24, la policía militar del Estado de Río de Janeiro invadió el complejo de favelas de Maré con su armamento de guerra: camiones blindados, helicóptero y fusiles. La policía ocupó un territorio donde viven alrededor de 150.000 personas y protagonizó una madrugada de terror. Invadió cientos de domicilios sin autorización judicial y ejecutó sumariamente a entre nueve y 14 habitantes. Algunas de las víctimas fueron degolladas. Esto es cotidiano en las favelas de Río de Janeiro, donde las fuerzas del orden matan al año, oficialmente, a unas 500 personas, y otras 500 desaparecen. La “novedad” de esta matanza fue que se produjese después de que un millón de personas se manifestara en la avenida Presidente Vargas, el 20 de junio, en respuesta a la represión de una manifestación de habitantes de las favelas en la avenida principal que pasa junto a ésta. La excusa, la de siempre: el conflicto armado con el narcotráfico. El mensaje quedaba claro: que los habitantes de las favelas no se unan al levantamiento o los matamos. Pero se había abierto brecha.

Al día siguiente, 3.000 manifestantes bajaron de los morros de las favelas Vidigal y Rocinha hasta la casa del gobernador en el lujoso barrio de Leblon para exigir unas condiciones de vida mejores. El 4 de julio, 5.000 personas tuvieron el valor de volver a protestar en Maré, en la misma avenida donde se produjo la masacre el día 24. A pesar del terror estatal, el vínculo entre el levantamiento de junio y la lucha por la paz se había creado. Cuando el 14 de junio la policía se llevó a un habitante de la favela de Rocinha y fue “desaparecido”, surgió la campaña “Cadê o Amarildo?” (¿Dónde está Amarildo?). Amarildo se convirtió en el nombre de un infinito número de pobres que el terror de Estado tortura y mata, y también de los jóvenes enmascarados que resistían la represión en las calles de Río.

El 15 de octubre, después de una manifestación de más de 50.000 personas, el Gobierno del Estado de Río desplegó una operación en represalia contra los jóvenes enmascarados con la detención de 200 manifestantes. Se les aplicó por primera vez la categoría de “organización criminal”, conforme a una nueva ley que Dilma Rousseff había aprobado en septiembre; 64 detenidos acabaron encarcelados. En su contra, sólo haberse sentado pacíficamente en las escaleras de la Cámara Legislativa Municipal. La mayoría de los detenidos consiguió quedar en libertad a través de la actuación de abogadas y abogadas populares y de oficio. No obstante, dos personas siguen en prisión, ambas son negras; una de ellas, sin techo, ya ha sido condenada a cinco años de prisión, una amenaza del poder Ejecutivo ante el ciclo de manifestaciones que vendrá en 2014.

Además, Gleise Nana, una joven activista en las protestas de Río de Janeiro, que había denunciado amenazas de un policía por internet, murió el 25 de noviembre, tras varias semanas en coma a causa de un incendio no resuelto en su casa el 19 de octubre. En Río, se multiplican las amenazas de muerte a activistas en las mani­fes­taciones y por teléfono. El Gobierno de Dilma, después de respaldar el arbitrio de la Policía en Río de Janeiro, finalmente anunció el 31 de octubre, con la excusa de “combatir el vandalismo”, que se federalizaba la represión de las manifestaciones en las dos ciudades principales, Río y São Paulo, dejándola en manos de la Policía Federal y los órganos de inteligencia. La única puerta que el Partido de los Trabajadores abre al movimiento es la de la cárcel.

Ahora bien, en Río de Janeiro, siete meses de movilizaciones han demostrado que, cuando el poder quiere, la Policía Militar no mata en la avenida. Eso muestra al mundo que el exterminio de jóvenes, pobres, negros y habitantes de las favelas no es un desmán, sino una política de Estado. El movimiento de junio a diciembre ha sido la potentísima creación de una brecha hacia la paz; no una manera de acallar el vocerío para mantener la esclavitud de otras formas, sino la liberación de los pobres como paz.