Las cualidades sensibles y la crisis terminal
por Diego Valeriano
Tengo los dos aire a full desde
hace dos horas, se acerca la noche y sé que se va a cortar la luz. Los pagué en
cuotas y los disfruto mientras pueda. Hasta que estalle el transformador de la esquina por todos los aire que hay en la cuadra, en la manzana, en el barrio.
Son las siete y comienzan a caer todos detonados por el viaje que cada día es
más largo. En diez años de crecimiento a tasas runfla, ir y volver del centro
nos lleva el doble de la vida… siempre y cuando no pase nada, porque ahí nos
lleva la vida entera. ¿Qué puede pasar? Nada, solo que ya no entran más autos
en las calles, más gente en los trenes, más motitos yendo y viniendo. Un
desvió, un reclamo, un tren demorado, un estallido, una obra, un temporal.
Desde hace un par de años las
cosas ya no fluyen al ritmo de la corriente de nuestra interacción. Esta etapa
aparece en crisis: todos entramos a la
fiesta, aunque no haya lugares disponibles. Nadie queda afuera. Se ingresa a los codazos con la real percepción de que sufrimiento
y placer es el par necesario de nuestras cualidades sensibles. Ni las calles,
ni la energía, ni los lugares donde tirar la basura, ni los caños, ni los
fravega pueden contener tanta feroz inclusión.
El capitalismo runfla es
dramático y enigmático; ordinario, brusco y sutil. Ante todo, exuberante y
gozoso. Las cualidades de este mundo son aprendidas desde el cuerpo: olores,
gustos, colores, flujos, texturas, propiedades sensoriales y sensibles. Solo
tenemos pensamientos y reflexiones complejas sobre la realidad a partir de
categorías de la experiencia concreta.
Hacer la experiencia de una vida
implica sobre todo una sensibilidad proclive a interesarse por lo que hay,
abandonando el desencanto y la ideología. La abstracción es vulgaridad. El
consumo libera.