Oda de la (política) argentina

por Juan Pablo Maccia


La política argentina no para nunca, aunque tienda a degradarse. Sucede ahora, en vísperas electorales.  Entre tanta disputa in-esencial, hay algunas de fondo (casi digo “para alquilar platea”, pero no, las esenciales son aquellas que disuelven el espacio clásicamente teatral, en el cual se separa el escenario donde actúan los protagonistas de las butacas que ocupan los espectadores).

La pregunta de fondo se impone en términos de cómo prolongar, desde la ocupación y empleo del aparato de estado, la vitalidad que buena parte de la sociedad mostró hace una década bajo la forma de una compleja miríada de movimientos sociales y que debe optar entre devenir red-para-estatal o arrojarse sin más a la recrudecida trama del capitalismo runfla.

Desde la presidencia de la nación se ha acertado una vez más con el ganchero “en la vida hay que elegir”. Una vez más, sólo el liderazgo de la presidenta garantiza que el proceso antagonista siga abierto como espacio de producción de novedad colectiva. Lo demás, todo lo demás, está afectado por una superfluidad irreversible. Sobre todo la disputa postkirchnerista entre el “traidor” de Massa y el “fiel” de Scioli: un mismo programa para dos estilos tácticos incompatibles. 

Pero la campaña no debe hacernos olvidar el bosque, la trenza entre componentes locales y globales que caracteriza la coyuntura actual al menos en tres dimensiones esenciales. A saber:

-     El retorno de clásico “Petróleo y política”: ¿habrá alguien capaz de asumir en serio el tema Chevrón de modo público? Hacerlo, obligaría a someter a discusión política las consecuencias del liderazgo neo-desarrollista que hegemonizan cada vez más al estado y la economía. ¿No sería interesante?

-       Los efectos locales del reverdecido movimiento social brasileño. Hay mucha tela para cortar aquí, pero voy rápido. La argentina se autopercibe como modelo de comprensión de lo que pasa en otros lugares del mundo: si hay gente en las calles manifestando “contra” (no es exactamente así, pero vamos rápido) un gobierno “progresista”, la traducción pampeana supone un símil de nuestros caceroleros. Estas representaciones no hablan de Brasil, sino de nosotros. Mientras en el gran país del norte la presidenta Dilma agradece al señor el oportuno dispositivo de contención de masas organizado junto al Santo Padre Peronista, entre nosotros reina un empobrecido emblocamiento social y mental.

-        Por último, interesa seguir de cerca el escándalo de la batalla de los servicios de inteligencia en torno al ascenso de Milani. No me refiero a la paradójica situación en la que una derecha mediática y política pretende obrar como garante de los derechos humanos, mientras algunos organismos de derechos humanos quedan en posición defensiva; sino a las hipótesis que circulan sobre las causas y racionalidades que operan en torno a esta peligrosa batalla. Vean, si no, el texto que acaba de publicar Salinas sobre el llamativo el papel del Cels en la discusión sobre los ascensos en las fuerzas armadas. La acusación que Salinas eleva contra su máximo dirigente, Horacio Verbistky, por no acatar a la jefatura Nacional y Popular de Cristina acaba arruinando la pretendida rigurosidad de su denuncia. Porque la disputa de fondo no se da por la fidelidad a gobierno nacional, sino por decidir los rumbos y los liderazgos futuros de un proceso transformador de masas a escala regional y global.

No quiero terminar estas rápidas líneas sin mencionar a mi querido amigo Ernesto Laclau quien declaró recientemente al diario Página/12 que ya no se sentía argentino, sino sudamericano. Un gran progreso para un cuadro de la izquierda “nacional”, a la que aún adhiere.

Dejo para la próxima la discusión sobre el hecho gracioso de que Laclau diga que es un intelectual orgánico gramsciano a la vez que en su obra escribe contra el protagonismo de las clases sociales y sus partidos. Pero me quedo, en cambios, con esta apertura a espacio regional más amplio en la cual, según nos dice, se trata de articular voluntad estatal con autonomía política de las masas.