Nombrar un nuevo conflicto social:

entrevista a Neka Jara y Alberto Spagnolo, 

(del Movimiento de Colectivos “Maximiliano Kosteki” de Florencio Varela)


Por Maura Brighenti


- La noche del 30 de agosto representa un momento crucial en las experiencias de vida de ustedes. Un plan bien organizado que culmina con el robo y el incendio de su casa puso en evidencia la carga de violencia brutal que subyace en la nueva disputa por el control del territorio. Con el coraje de siempre, y gracias a la red de amigos, compañeros y organizaciones sociales que trabajan con ustedes, consiguieron de inmediato denunciar lo que pasó y revertir el diseño orquestado por una banda narco y sus varios cómplices. A la distancia de los meses transcurridos desde entonces, ¿cómo analizan políticamente lo que pasó aquella noche? 

- Lo que nos pasó a nosotros es la manifestación de una situación compleja que están viviendo muchos otros barrios del Conurbano bonaerense, y no sólo allí. A través de la complicidad política, judicial y policial funciona una red delictiva que gestiona, entre otros negocios, el narcotráfico. Esta red extiende su influencia a lo largo de todos los territorios urbanos, y no es sólo Buenos Aires, hay que ver lo que está pasando en Rosario.

Dicho esto, nosotros nunca buscamos un enfrentamiento directo con las bandas narcos. No nos consideramos jamás como “luchadores contra la droga”. El tema de la droga merece un debate profundo, serio: no todo se puede poner en la misma bolsa. Nuestra tarea ha sido otra, nos hemos dedicado a trabajar con los jóvenes, generando diferentes ámbitos de encuentro (clases de artes marciales, talleres de música, de baile folklórico, campamentos), momentos de una fuerte dimensión grupal que a los chicos les permite resignificar sus vidas que transcurren en contextos muy duros marcados por la agresividad de un neoliberalismo que afectó sistemáticamente la existencia de familias bombardeadas permanentemente por un ideal de consumo que exige tener un montón de cosas que están completamente fuera del alcance de nuestras economías. Los chicos viven constantemente con ese tipo de presión, que lleva muchas veces a considerar la posibilidad de hacer plata fácil. Es difícil no caer en esa. Este es el origen de una serie de problemáticas muy presentes en nuestros barrios como es el tráfico del paco.


No hablamos de “droga” sino de paco que es un veneno que se extendió en todos los barrios generando unas dinámicas bien específicas: primero hacen adictos a los chicos (haciéndoles cercano el paco, llevándolo hasta el colegio), después comienza el reclutamiento. En el barrio Pico de Oro (Partido de Florencio Varela), adonde vivíamos nosotros, comenzaron a llegar en un momento más de cien chicos-soldados, que andaban en bicicleta, hacían vigilancia, distribución, y con familias que también les brindaban apoyo y cobertura a la red narco (lugares donde se guardaban las armas, substancias químicas, mercadería). Se trata de una organización muy difundida, con ramificaciones en el los poderes del estado (policía, políticos, poder judicial), y que funciona bajo la forma de una red, dedicada a la producción y distribución del paco.

Todo esto nos llevó a intentar no chocar de frente con estas redes, aunque sí tuvimos siempre una práctica con los jóvenes, procurándoles un ámbito que ofrezca y promueva cosas que tienen que ver con la vida. Sin buscarlo fuimos entrando en un antagonismo con las banditas narcos del barrio. De pronto nos vimos completamente inmersos en una disputa por el territorio que no deseábamos, pero sobre todo por la vida de estos chicos que entraban en contacto con las cosas que hacíamos y planteábamos desde el movimiento y muchas veces comenzaban a modificar las percepciones y los deseos en relación a sus propias vidas. Muchos de estos pibes que andaban con las banditas narco pasaron a formar parte de los grupos y las actividades que veníamos promoviendo.

Es en este contexto que uno de los narcos empezó a vender paco en frente de nuestra casa y comenzaron los problemas, empezamos a recibir todo tipo de presiones y amenazas, hasta que se concreta una maniobra ideada de manera inteligente contra nosotros, contra el movimiento: inventaron una denuncia gravísima de abuso y nos acusaron a nosotros, el asunto estaba completamente coordinado con la comisaría primera de Varela, de modo que mientras la banda nos atacaba en el barrio (saqueando e incendiando nuestra casa), la policía actuaba (dejando zona liberada a la patota y circulando el rumor que nos inculpaba) en completa complicidad con ellos.

Pudimos reaccionar a tiempo, llegamos a demostrar lo ilegítimo de todo lo que se planteaba, denunciamos a las cuatro o cinco personas que idearon la maniobra (siempre ligadas al narco). Una de estas personas está presa, otra está prófuga, y varios otros siguen aún sueltos. Lo que ellos buscaban era destruir una forma de vida que el movimiento tiene desde hace años y para lograrlo se propusieron golpear sobre nosotros de esta manera. Si les salía bien nosotros éramos linchados en el barrio, o en la comisaría. Y una cosa es morirte por militante, ¡otra muy distinta es que te cuelguen un rotulo infamante! Por suerte alcanzamos a revertir su maniobra.

- A la urgencia de la denuncia política siguió pronto la necesidad de analizar la situación más general. Un trabajo colectivo todavía en su comienzo, pero que ya expresa una doble voluntad política: entender, nombrar y visibilizar un “nuevo conflicto social” que está teniendo lugar en el conurbano de Buenos Aires como en muchos otros territorios del país y, al mismo tiempo, construir y consolidar una red de organizaciones y movimientos sociales alrededor de esta cuestión. Partimos del primer punto: ¿cómo se está diseñando este nuevo mapa de poder y control social en un territorio como Florencio Varela?

- Hoy en los barrios se están delineando relaciones de poder muy diferentes a las que se daban por ejemplo con los punteros. Con los punteros políticos era una disputa de territorio pero desde el punto de vista de una construcción mucho más política. Hoy la disputa es a partir del delito, de lo ilegal y es mucho más delicada porque las prácticas que tienen que ver con esto son muchos más oscuras. Toda la organización en torno al narco, específicamente en torno al paco (porque drogas hubo siempre en estos barrios, pero con otra lógica de venta, de consumo, de relaciones sociales) es sumamente disruptiva. La situación de poder que se genera es en torno al territorio, y por eso a nosotros nos quemaron la casa, por eso quieren que nos vayamos. A pesar de las diferencias de contexto, no es tan diferente lo que pasa en el norte, en Santiago del Estero, donde matan a campesinos que están trabajando la tierra para “limpiar” tierras y ponerlas a la venta para la producción de soja o madera. Se trata siempre de una matriz de negocios cuyo fundamento está ligado al delito, y a la violencia contra las riquezas comunes (como los lazos sociales, la tierra), y que se da siempre a partir del amparo por parte de poderes judiciales, policiales y políticos. Toda esta ilegalidad tiene un costado legal, porque la violencia y la depredación se legalizan, se amparan, no podemos pensar estos procesos sin el tipo de construcción mafiosa que las acompaña.

Es por eso que nosotros estamos ahora hablando de un “nuevo conflicto social”,  con otras formas, otros métodos, mucho más difusos. Es más complejo organizarte para enfrentar esta conflictividad porque muchas veces no sabés delante de quién estás parado. Por ahí estás hablando con un vecino y al otro día te enterás que en su casa se esconde el paco; que en la casa de otro vecino alguien de la familia hace de mulo, etc. Entonces hay un control mucho más complejo de lo que tenía el puntero político hace unos años atrás. Y por lo tanto hay nuevos desafíos, nuevas preguntas. Nos requiere pensar de nuevo cómo trabajar en el barrio, porque el territorio es una disputa importante.

- En los últimos meses comenzaron a pensar este nuevo conflicto social como algo que pertenece a la lógica neo-extractivista que sostiene el actual modelo de acumulación y valorización capitalista en Argentina como, más en general, en América latina. En este sentido, podríamos decir que las dinámicas complejas ligadas al narcotráfico desarticulan el tejido social que los movimientos y las redes de cooperación social y comunitaria produjeron en los territorios del Conurbano. Con una dinámica parecida, el agro-negocio desarticularía  una manera de vivir y producir practicada hace mucho por las comunidades indígenas y campesinas. En ambos casos, el neo-extractivismo parece incorporar una dinámica mortífera: desarticula, desertifica y mata. ¿Podríamos decir que es el reconocimiento de esta dinámica común la que los llevó a reencontrar los compañeros del Mocase? 

- Ciertamente. Porque la dinámica que hoy se está implementando tiene este trasfondo. La necesidad de tierra, de espacios territoriales que tienen las transnacionales, y sobre todo los sojeros, incorpora esta manera de contrainsurgencia que si bien parece muy distinta tiene una similitud en el hecho que la implementación del choque con esos campesinos a quien quieren quitarle la tierra lo están tratando de hacer aparecer como un problema que no tiene nada que ver con la empresa, ni tampoco con la política. Lo cual es un riesgo enorme porque ante la sociedad es mucho más complicada la visibilización.

Nos contaban, por ejemplo, que en Santiago del Estero hay bandas formadas, tal vez por lazos familiares, que  reclutan gente pobre, van a desalojar a los campesinos, se quedan con la tierra y luego llega la empresa y se instala. Entonces, ya el choque no es de forma directa con la policía, con una fuerza de represión, sino que hay más bien una terciarización de la contrainsurgencia. En nuestro caso también: aquellos que nos reprimieron actúan hoy de una forma mucho más sofisticada, porque el conflicto aparece como un caso policial, se despolitiza, no aparece como un choque entre fuerzas antagónicas y, de esta manera, ellos logran quedarse afuera del conflicto mismo.

Entonces para nosotros la similitud es muy grande y de allí la necesidad de articular de manera permanente –no sólo cuando matan a un compañero– para desarrollar una inteligencia común ante situaciones que son de mucho riesgo.

- Hay algo que ya subrayaron y que me llamó la atención acerca de las primeras representaciones políticas y periodísticas que intentan marcar también el sentido común: la idea de que lo que les pasó a ustedes –y no sólo a ustedes– sería un mero conflicto entre bandas barriales. Del mismo modo se pretende dar la imagen de que el asesinato de los dos compañeros del Mocase se debe a una dinámica atávica de cuchillo fácil todavía en boga entre las lejanas provincias del norte del país. Son formas de encubrimiento del conflicto social y de la complejidad de sus dinámicas bajo el manto de un cierto folklore… 

- Es un mecanismo grave por lo que encubre, por lo que quita a las organizaciones, porque de alguna manera desarticula una reacción como respuesta política. En Florencio Varela, cuando los narcos sacaron de sus viviendas a cinco familias paraguayas, hubo resistencia, se generó un enfrentamiento que los periódicos salieron de inmediato a describir como una pelea entre bandas. Fue la manera que tenían la policía y el Intendente de tapar un conflicto donde hay banda delictiva operando contra gente trabajadora. Lo grave es la injusticia que esto produce. Porque nosotros por ser conocidos, por tener una red de militancia desde hace muchos años, todo esto lo podemos revertir, pero esta gente del Paraguay no pudo, porque son gente pobre, sin esa red de contactos.

Es una manera para eliminar sistemáticamente a quien se opone, a lo que ven como el adversario, el enemigo. Es grave porque te deja en una situación de gran fragilidad. Y a menudo los medios alternativos no son suficientes para revertir la versión reproducida por los diarios cómplices. En Florencio Varela también el comisario tiene un diario propio, y es el primero que salió a dar una versión que curiosamente es la misma versión de la banda. Requiere mucho trabajo deconstruir todo esto cuando circula un montón de guita para la compra de voluntades, cuando están implicados partes importantes del poder político, judicial, de las fuerzas policiales: todo los que se pueden comprar se compran. Es un fenómeno que nos pone a la vez en una situación de fragilidad pero también de desafíos enormes para que los movimientos se desarrollen, crezcan y tengan también sus herramientas de defensa.  Que es lo que después de estos acontecimientos tenemos que gestar. Tenemos que repolitizar el conflicto. Ya lo hicimos hace años en el Puente Pueyrredón, cuando mataron a Darío y Maxi. Tenemos que seguir con esta tarea de resignificar y renombrar el conflicto que va asumiendo modalidades diferentes.

- Otra representación que funciona tanto para la lógica del narco como del agro-negocio es la de “zonas liberadas”, espacios “vacíos” que se “conquistan” para la actividad económica (sea para la venta del paco, sea para explotar masivamente con los monocultivos). En ambos casos se da la desarticulación de vínculos sociales y afectivos…

- La referencia a las zonas liberadas es muy llamativa. En realidad se trata de “zonas de control” más que de zonas liberadas. Las zonas liberadas son las de Chiapas, las creadas por los compañeros. Estas son zonas de dominación y de control. Son zonas de guerra, una guerra nunca declarada, pero que destruye el tejido social, el tejido comunitario y todo intento de cambio. Esto involucra, sobre todo, a la vida de los más jóvenes. Porque ellos son la fuente de energía para una transformación y están golpeando precisamente en los recambios generacionales. La juventud tiene en sí una vitalidad, una fuerza de cambio que a veces con los años uno va perdiendo. Entonces son los que van a continuar las luchas, van a continuar el empuje para una trasformación de esta sociedad.

Si antes el poder golpeaba de manera más evidente, hoy usa estrategias más sofisticadas, pero siguen siendo tareas del poder, nosotros no lo desvinculamos del poder. Escuché un comentario sobre los narcos en Brasil, que había un sector que no era tan jodido, que era más popular, y sinceramente nosotros no rescatamos nada porque se trata siempre de la acumulación de dinero que se lleva puesta de la vida de los de abajo. Porque el jefe de la banda seguramente irá a misa, tiene una familia modelo, es un buen padre…. Es un fantasma al que no conocemos. Porque la visibilización del narco en el barrio es el morocho, es el pobre, es él quien vive en el barrio y aparece como un peligro. Ya lo era antes como piquetero, y ahora el peligro se potencia: ¡piquetero y narco! Categorías que el sistema va inventando para desplazar siempre más la frontera social, para constituir una sociedad del control siempre más ancha. 

La gente tiene miedo y es un miedo real, no un miedo inventado. Es un miedo que se va cultivando, precisamente, para seguir desarticulando todo. Porque sobre el miedo no se construye nueva articulación, sino puro control. Entonces vamos a pasar de una etapa de democracia progresista a una etapa de fascismo con consenso, porque es la propia gente la que va a pedir rigor, va a pedir cámara, militares en la calle y si fusilan a veinte pibes de una villa, mucho mejor: ¡son veinte pibes menos! 

Entonces para nosotros ponerle palabras significa decir que hay una justicia elitista: en el momento en que tuvieron que actuar, allanaron las casas de los pibes de nuestro barrio, no del centro de Varela, ni de los jefes. Hay una cuestión racial, elitista, dominante que juega con la vida de los nuestros. Nosotros sabemos que no es el pibe nuestro enemigo: el enemigo está invisible, es un fantasma. ¡Tenemos que ser los “cazadores de fantasmas”! 

- Ya lo dijeron, pero me gustaría insistir sobre este punto: si bien de forma muy distinta, el agro-negocio y el narco constituyen modos de acumulación y valorización capitalista que van más allá de la frontera entre legal y ilegal. Las redes narcos cumplen una actividad ilegal amparada por el poder legal mientras que el agro-negocio es una actividad formalmente legal que, con el mismo tipo de cobertura política, recurre a las bandas para “liberar” de forma delictiva el acceso a la tierra… 

- El tema del agro-negocio tiene que ver con la etapa de desarrollo que estamos viviendo, y se vincula con una destrucción subjetiva de años. Lo grave del agro-negocio es el modo en que impacta sobre la comunidad, que sufre sus consecuencias. Pero a nivel general, a nivel social –en las ciudades por ejemplo– no es algo que se vea demasiado, no es algo que se cuestione.

Entonces, hay una situación planteada de tal modo que todo esto sea posible: es en nombre de la alimentación, de la energía, es en nombre del progreso y de la calidad de vida que se desarrolla todo este agro-negocio. Y no se ve al otro lado hasta que –como pasó con nosotros con los narcos– te queman la casa. Cuesta medir las consecuencias cuando todavía no tuviste un choque directo. Es tan fino el modo en que avanza esta nueva modalidad de capitalismo, prepara tan bien las cosas, tiene un modo de hacer posible todo esto…

Lo que pasa en Santiago del Estero, como decíamos antes, puede comparable con lo que nos pasó a nosotros. Hay una conexión similar entre construcción económica y política. Por ejemplo, en un contexto local como es Florencio Varela se ve bien cómo los narcos sostienen una campaña política, como funcionan en esquemas en donde la guita del negocio va a parar en partes para la policía y para los jueces. Hay complicidad directa de parte de estas instancias. Es un modelo de acumulación y de muerte que se sustenta sobre este entramado de poderes y complicidades. 

Es un modelo de poder que funciona a partir de la desarticulación de las redes y de las organizaciones existentes. No es un buen momento para los movimientos sociales que, si bien siguen actuando, no tienen hoy la visibilización y la capacidad de presionar que tuvieron durante el 2001. Sin embargo, lo que hacen representa una amenaza y por eso se produce el choque. Los compañeros del Mocase-Vía Campesina, por ejemplo, no tienen la pretensión de ocupar toda la tierra de Santiago del Estero, pero es su propia presencia la que pone en tensión la extensión del agro-negocio.

Estamos tratando de ponerle palabras a un fenómeno complejo que nos desconcierta y muchas veces nos deja sin respuestas. Los movimientos viven una etapa de incertidumbre, no pueden todavía ver con precisión y de aquí la importancia de construir una inteligencia colectiva, de construir red, primero para salvar nuestras vidas… En los últimos meses tuvimos una riquísima posibilidad de intercambio. Tenemos que aprender de las experiencias llevadas a cabo en regiones de América latina, como Colombia y México, que sufren hace muchos años este tipo de situación de violencia contrainsurgente, por supuesto. Entonces, ponernos en contactos con ellos va a significar para nosotros poder investigar, profundizar, ponerle palabras y crear nuevas prácticas de lucha. 

Otro desafío importante que tenemos como movimientos sociales en distintas partes del mundo es pensar el tema de la alimentación, cómo consumimos, el impacto que tienen nuestro hábitos de consumo en la reconfiguración del poder y de la desarticulación social y territorial. Tenemos que reflexionar sobre la alimentación industrializada, porque todo lo que se produce de esta manera se consume en algún lugar. El tipo de industrialización de la alimentación al que asistimos es muerte, y nosotros nos cuestionamos por ser parte de esa cultura.

Deberíamos también profundizar el debate sobre los derechos de la tierra y del ambiente, sobre cómo preservarlos. Un avance que se dio sobre todo en Bolivia.

- Me conecto a este último tema. Si bien de forma distinta, la acción del narco y del agro-negocio plantean la cuestión compleja del consumo. Por un lado, a través de las ganancias del agro-negocio, el gobierno pudo extender desarrollar una política para incentivar el consumo entre las clases populares, vía los planes sociales, por ejemplo. Por otro lado, parece difundirse una lógica de consumo desenfrenado, al que apelan tanto los narcos como las trasnacionales del agro-negocio que no dejan de extender su influencia. Da la impresión de que en el campo político-institucional ni el gobierno ni las diferentes vertientes de la oposición tienen algo por decir al sobre este modelo de acumulación neoextractivista y sobre el conflicto social que genera. ¿Cómo se puede en este contexto retomar la iniciativa?

- A pesar de que haya algún cuestionamiento y críticas de sectores de la oposición no está hoy planteada algo distinto al neo-extractivismo, a este tipo de construcción que sigue siendo mortal para las poblaciones. Creemos que es un desafío enorme hacia los movimientos. Se nos intenta hacer creer que esta es la única manera de pensarse en sociedad, y nosotros tenemos que deconstruir esta mirada, esto es lo más difícil: ¿cómo se sale de esta idea de progreso? Hoy todos hablan de progreso a partir de la explotación del campo, de la industria que se genera a través de la producción en torno a la soja, etc. No discutimos que hace falta industria, pero tenemos que pensar la actividad económica con otro cuidado de nuestros recursos. Estamos calculando todo al cortísimo plazo: ¡estamos jugando a la ruleta rusa!

Por contraste, notamos mucho la circulación de un deseo de liberación, de zafar de la situación del poder, de la dominación. Es algo que estalla en los momentos de crisis, como pasó en el 2001. O cuando se organizaba la ocupación de tierras por el problema de la vivienda. El punto es que cuando la crisis pasa, todo parece reacomodarse en el estado anterior. De pronto uno ve cosas y piensa: ¡esto es revolucionario! El famoso “¡Qué se vayan todos!”… romper con la representación…, y de pronto todo se reacomoda. En el 2001 esto está clarísimo: la clase media sale con todo el quilombo económico y al año todo se reacomoda de forma impresionante. Es la misma clase media la que hoy pide a gritos más policía en la calle que la que puteaba contra la “representación” en el 2001.

Son como momentos cíclicos que hay que alcanzar a leer para poder dar un paso más allá, para ir reinventando y poniéndole palabras nuevas a todo lo que se viene después. Sin esta capacidad de lectura no es posible salir del repliegue, construir nuevas prácticas de lucha.

- ¿Qué rol pueden tener los movimientos sociales hoy? 

- La idea misma de “movimientos sociales” es compleja. Hoy no se sabe mucho qué se entiende cuando se dice “movimientos sociales”. En el caso nuestro, por ejemplo, somos un conjunto de colectivos haciendo distintas cosas, pero si vos hoy decís “movimiento social” no decís mucho hacia afuera, porque el movimiento social hoy es el Movimiento Evita, que sigue una lógica bien distinta de que se veníamos construyendo los movimientos de hace unos años atrás. Se trata de una organización interna al estado, que se dedica a sostener la construcción social hecha por el kirchnerismo. Hay, claro, otros movimientos kirchneristas y después está la mayoría de los movimientos que se quedaron afuera, y que se encuentran hoy bastante desarmados, con muchas prácticas interesantes pero sin la posibilidad de ponerle un nombre y de darle una fuerza hacia afuera. 

Por eso hay también que repensar a esta idea del “movimiento social”. Esto es parte del desafío más general de articular, mapear y ponerle palabras a lo que está sucediendo. De ir proponiendo también construcciones concretas, nuevas formas de resistencia antes de que esta situación avance. 

Quizás sea esto lo que hoy tenemos en común los distintos movimientos a lo largo del país (y del continente): que seguimos creando mientras enfrentamos situaciones oscuras, poco claras, frente a las cuales no es fácil decidir cómo actuar. Esta intuición es la que nos está poniendo hoy en relación con las realidades que se viven en otros lugares. Estamos tratando de crear las maneras para resistir la fuerza con que estas situaciones se nos imponen, tanto en el campo como en la ciudad. Son muchas las personas que transcurren su vida defendiéndose de la agresiva expansión neo-extractivista. Se trata de alimentar una inteligencia colectiva, a partir de estas prácticas de resistencia. Necesitamos ponerlas en común, y si bien no creemos que se puedan replicar automáticamente, tenemos que estudiarlas, ubicarlas en nuestros contextos, y desarrollarlas. 

No tenemos mucha esperanza de que las instituciones existentes vayan a cambiar para mejor, que los jueces se vayan a volver más éticos, que la Policía Bonaerense se vaya a transformar en milicias que expresen los intereses populares… Somos los movimientos quienes debemos generar las condiciones para que lo que vaya creciendo encuentre otro tipo de acogida, de contención, de protección en base a las compañeras y los compañeros decididos a defenderlo. Debemos crear herramientas de presión hacia las instituciones, seguir denunciando y, al mismo tiempo, generar nuestra propia fuerza, nuestras propias dinámicas para la preservación de la vida. Debemos retirarle a las estructuras de poder todo lo que en estos años aprendieron de –y gracias a– nosotros (¡y cómo se nota); quitárselo, cambiárselo: es un flor de laburo. ¡Pura creación!