“Sandy”, su paso por EE.UU
Por Alejandro Bercovich
Enviado especial a Nueva York
Enviado especial a Nueva York
El huracán Sandy
golpeó esta ciudad con fiereza durante un par de horas, pero sus consecuencias
se harán sentir durante años. Difícilmente lo olvidarán los más de 400 mil
evacuados por la fuerza sólo en los cinco grandes distritos neoyorquinos, los
ocho millones de estadounidenses que se quedaron sin luz en toda la Costa Este,
los familiares de las 39 víctimas fatales reportadas hasta el cierre de esta
edición y las decenas de miles que sufrieron pédidas materiales que la Casa
Blanca estimó entre 10 mil y 20 mil millones de dólares. Difícilmente lo olvide
también yo, que nunca había estado dentro de un huracán y que viví esa
experiencia por primera vez en plena capital del mundo, a una semana de las
elecciones presidenciales más reñidas de las últimas décadas en la principal
potencia del globo.
La peor catástrofe
natural que haya castigado a Nueva York llegó de a poco, como en cámara lenta,
con el preaviso que habilita la meteorología del siglo XXI y la organización
previa de la que es capaz este capitalismo opulento. El impacto propiamente dicho
de la tormenta fue anteayer (lunes) entre las ocho y las once de la noche, pero
desde el domingo a las siete de la tarde no había subtes ni colectivos en
Manhattan ni sus alrededores, como medida preventiva. Cuando muchos empezaban a
quejarse por otra falsa alarma -después del fiasco del huracán Irene del año
pasado-, Sandy llegó para confirmar que esta vez era en serio. Y vaya si lo
demostró.
Con mi amigo el
Polaco, a quien pasé a visitar por Manhattan antes de cubrir el tramo final de
la campaña en Ohio y las elecciones del martes, nos tomamos las alertas
oficiales como la mayoría de sus amigos científicos de la Universidad de
Rockefeller: con un poco de susto y bastante más sorna. El lunes vagamos por
Midtown, bordeamos el Central Park cerrado desde el día anterior, nos detuvimos
frente a los gigantescos negocios desiertos de la Quinta Avenida y sólo
pensamos en abandonar nuestra excursión apocalíptica cuando sentimos que nos
volábamos literalmente en la esquina de la Quinta y la calle 57, a dos cuadras
de donde una grúa de construcción colgaba del piso 80.
“Se está poniendo
jodida. Mejor volvamos”, me dijo el Polaco. Tenía razón. Archivé mi secreta
intención de ir a sacarle una foto al toro de Wall Street con la tempestad como
telón de fondo, lo cual igual habría sido imposible porque ya casi no
circulaban taxis y porque en Battery Park, a pocas cuadras del distrito
financiero, ya estaban por cortar la electricidad y el río Hudson golpeaba la
costa con olas de hasta cuatro metros de alto.
De regreso en avenida
York y la 63, donde duermen los investigadores de la Rockefeller, intentamos
cruzar un pequeño puente hacia la costanera para mirar la lluvia arremolinada y
sentir esos pinchazos que lastimaban la cara. Pero tras 36 horas de
advertencias verbales a la población para que se quedase en sus hogares, las
autoridades habían pasado a la acción: un policía corpulento nos invitó a
volver. Le hicimos caso. Esos perros chiquititos tan neoyorquinos parecían
avalarlo: sus dueños intentaban sin éxito sacarlos a la vereda para arrimarlos
a algún arbolito, pero ellos se empacaban aterrorizados en el hall de los
edificios.
Lo que más me impactó
de Sandy fue el ruido. Un ulular ensordecedor que venía de todos lados y de
ninguno a la vez. Las banderas (¡cuántas banderas!) que flameaban frenéticas,
golpeándose consigo mismas como batiéndose para la guerra. Las sirenas que me
parecían exageradas entonces pero que se multiplicaron por diez ayer, cuando
empezaron los rescates y la remoción de escombros.
El subte, sistema
circulatorio de esta metrópolis, tardará años en ser reparado. Sus túneles se
llenaron completamente de agua durante lo más álgido de la tormenta y algunas
estaciones en el centro seguían anoche cubiertas hasta el techo, inaccesibles.
Por cuatro o cinco días no andará ninguna línea, en un curioso contraste con la
Bolsa, que reabre hoy mismo. Antes que la mayoría de las escuelas.
Los que más se siente
es la falta de transporte y el problema de la energía, que dejó para la
posteridad un par de explosiones cinematográficas de generadores que volaron a
YouTube a los pocos minutos. Recién a las cinco de la tarde de ayer volvieron a
circular algunos colectivos -gratis- y se habilitó el tránsito por todos los
puentes que unen a la isla de Manhattan con el continente. Miles de personas
que seguían sin luz cargaban como podían sus celulares para mantenerse
comunicados, en los pocos negocios que abrieron y en puertas de los edificios
vecinos.
Pero la Gran Manzana
nunca pierde el glamour de sus habitantes, que vienen de los cinco continentes
y la riegan con sus costumbres y delicias. Con Sandy soplando en nuestras
ventanas, el Polaco y yo subimos a cenar al departamento de un colega suyo, en
el mismo edificio, que cocinó un curry indio para nosotros y una pareja de
amigos y nos convidó con un buen whisky y un narguila árabe. Después supimos
que en Brooklyn, otros argentinos estaban invitados a “fiestas del huracán” y
las estiraban hasta después del amanecer. Claro, nadie laburaba.
En los refugios
estatales la pasaban peor, por supuesto. Pero los evacuados que no conseguían
hospedarse con sus familias podían hacerlo ahí, con comida y cama caliente
asegurada, incluso con sus mascotas. Así lo avisó el alcalde Michael Bloomberg
en una de sus conferencias de prensa, donde insistió en hablar también en
español, para el crecientemente influyente electorado latino.
La suerte y el cambio
climático quisieron que en Buenos Aires y el Conurbano también hubiera
tormenta, casi al mismo tiempo que acá. Y que los contrastes se notaran más. No
porque haya que seguir ningún modelo. Pero sí en determinados momentos, como
cuando uno veía a demócratas y republicanos colaborar entre sí para reducir los
daños, sin que se viera un solo pase de facturas ni una especulación electoral.
A una semana de las elecciones. Ni más ni menos que para Presidente.
Alerta en los
reactores nucleares
La compañía
energética Excelon emitió una alerta de nivel tres, de una escala de cuatro,
para el reactor nuclear 615-MW Oyster Creek, ubicado en el estado de Nueva
Jersey, debido al paso de “Sandy”.
Un vocero de la
Comisión de Regulación Nuclear (NRC) explicó que el temporal aumentó el nivel
del océano Atlántico, lo que podría afectar a las bombas de agua que se usan
para las piletas donde se almacena el combustible gastado.
El funcionario indicó
que, en el caso de que fuera necesario apagar el reactor nuclear, se podrían
usar las mangueras antiincendios para seguir enfriando las piletas.
Por otro lado, la
compañía Entergy Nuclea informó ayer que cerró la unidad 3 de la central
nuclear Indian Point, situada a 60 kilómetros al norte de la ciudad de Nueva
York, debido a un problema eléctrico externo. En el comunicado, la compañía
aseguró que el cierre no implicó "ningún riesgo" para el público.
La unidad 2 de esa
central opera con normalidad junto con las plantas de FitzPatrick y Pilgrim,
aunque la de Vermont Yankee ha reducido su potencia al 88 por ciento.
Por su parte, la
compañía PSEG Power, que ofrece suministro en el área de Nueva Jersey, estado
contiguo al de Nueva York, informó de que cerró “manualmente y sin problema” la
unidad de Salem 1 en el río Delaware cuando cuatro de las seis bombas de
circulación de agua quedaron fuera de servicio por el impacto de
"Sandy".
El candidato que
hable, pierde
A una semana de las
presidenciales, los sondeos de las cadenas televisivas revelan que, en plena
catástrofe, el primer candidato que hable de las elecciones será el que pierda.
Lo cual no implica que todos no tengan la mira allí.
Acaso el que mejor lo
vio fue el republicano Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey. "Me
importa un carajo si se va a poder votar el martes. Tengo peces más pesados que
freír", le respondió a un periodista que le preguntó por los comicios en
plena conferencia de prensa por el huracán. Su estado fue el más castigado por
la tormenta.
El diario New York
Times, que se declaró oficialmente a favor de la reelección del demócrata Barck
Obama, igual aprovechó para castigar a su rival Mitt Romney en su editorial
publicado ayer, titulado "Una gran tormenta requiere un gran
gobierno".
Allí, el matutino
destacó la intención del candidato republicano de descentralizar las oficinas
anticatástrofes, que resultaron clave para evitar más muertes ayer. También
pasó revista de los recortes presupuestarios que propuso para el área.