Contra la puerilidad militante y el estado de embole cotidiano

por Sam Curcio


Lamentos en plena fiesta, sí.

¿Qué podemos decir hoy de nuestras vidas en tanto vidas “políticas”?

En el mismo momento en que la política se torna “para todos”, nuestras vidas (políticas) se tornan pueriles.

Un profesor al que vi por última vez el día que NK descolgó el cuadro de Videla (generando miles de nuevos “cuadros”…) comentaba contrariado: “Ahora sí que somos prescindentes, ya hay quien haga política por nosotros”. 

Buena noticia para la política. ¿Buena noticia para la “politicidad” de nuestras vidas?


La política ha regresado a su sitio luego de años de parranda. Volvió cambiada. Señalar sus achaques, de puros aguafiestas, es insistir en lo evidente.

Y otra profesora el día de la estatización de YPF decía: “Estoy moderadamente contenta por el país, pero no tanto por lo que me espera a mí. Los amigos me van a volver a pedir entusiasmo, que es precisamente lo que no tengo”.

Figuras desdobladas: kirchneristas circunstanciales de baja intensidad y, en lo profundo, en la intimidad, comunistas ontológicos. Así, no hay entusiasmo político posible.

Un kirchnerismo posicional que se explica fácil: la política que “vuelve” expropia, estatiza, encana milicos, abre paritarias, denuncia al capital financiero blandiendo retóricas e historias entrañables.

El problema es que la cajita feliz porta un combo maldito.

A nivel económico: neo-extractivismo + monocultivo sojero y petróleo, sin mínima atención de la vida social y ambiental (Energía+Alimentación, dice CFK).  No es un problema moral, sino político. Esta ecuación, aun en los períodos de crecimiento, no modifica de fondo las estructuras sociales de poder.

A nivel de las técnicas de gobierno, el combo trae novedades de espesor: cruza políticas sociales de lucha contra la pobreza con dispositivos de seguridad y derechos humanos (metiendo milicos a construir comedores populares… y a controlar luchas sociales).

A nivel del conocimiento, sucumbimos a una estúpida dependencia tecnológica y una bovina pasividad filosófica a la hora de pensar por cuenta propia una noción algo más jugada de desarrollo.

En lo específicamente político, el combo viene con un aderezo particularmente difícil de digerir: el sectarismo galopante y la puerilidad de los espacios militantes, de participación y de opinión, (de 6, 7 y 8 a ciertos programas de la radio pública en los que se ofrece como premio de concursos libros de Aníbal Fernández).

La política que ha “vuelto" es la de la gestión “sobre” (y en función de) la economía.

Para algunos, adherentes, no es poco.

Para otros, disidentes, demasiado poco. Incluso, sabiendo que todo otro gobierno será igual o peor, nos sentimos alejados del vatayón militante, sin por eso ser “opositor” (la “oposición” es la figura misma de la reacción capital-parlamentario: sus aspiraciones de sustituir al gobierno son de una mediocridad insuperable).

Basta de jugar a menos. Hay que alterarlo todo. Y todo son dos cosas:

por lo alto, atacar a la madre de todas las batallas: el tipo de inserción capitalista que hemos conseguido en el marco de un modificado mercado global; 

por lo bajo, revolucionar “eso” que hoy toma la forma de “no-político”: las redes de producción y reproducción de la(s) vida(s).

De allí en más, todo debe ser discutido de nuevo desde una perspectiva adversa a tanta puerilidad individual y colectiva.

Ni “críticos”, ni utópicos: no nos damos esos lujos.

La figura del crítico es anacrónica, y remite a un tipo de narcicismo de salón cuya impotencia armoniza con el decorado de esta época inesencial. 

El utopismo es la contracara cándida y de divulgación del nihilismo actual.

¿Qué somos entonces? Intolerantes.

¿Que nos mueve? La imposibilidad de seguir soportando tanta puerilidad.

Tampoco tenemos paciencia para administrar reductos cínicos de ególatras, que se pajean con su supuesta brillantez gozando de sus frustraciones, fofos de tanto hacer “oficialismo tácito”. Estamos hartxs de los “snobismos”.

El tipo de irreverencia de la que somos parte ya no puede ser personal ni de pequeña secta. Es, más bien, abierta y colectiva.

Y poco importa qué tan cerca o lejos resuene, si es la esquina de casa o en las calles de Santiago o de Madrid; de Tahrir o de Damasco; de New York, de Jerusalem  o del Amazonas. La cuestión es potenciar la disidencia, la revuelta, desarrollando los tres aspectos que toda vida política precisa: una idea; una organización y una convergencia con las luchas y malestares de la época.   

La lucha, hace tiempo atrás, fue propiciada por figuras anónimas y colectivas: esas potencias están hoy adormecidas entre nosotros.

Lo que fue maquina de guerra hoy es espacio/tiempo del embole. 

Falta la Idea.

La Idea política.

Utilicemos el nombre propio para convocarla.