Reelección sin reelección. Suspender las elecciones del 2015

Por Juan Pablo Maccia


Hace unos pocos días difundí en distintos blogs un análisis de coyuntura titulado El acto de Vélez y nosotros en el cual proponía algo sencillo como –a mí juicio- crucial: la suspensión de las elecciones presidenciales del 2015. Una serie de hechos de diversa importancia ocurridos en el brevísimo tiempo que nos separa de la publicación de mi artículo (el pasado martes primero de mayo) me obligan a reafirmar mi posición y a volver a exponer mis argumentos con una mayor más firmeza y claridad.

Tres series de acontecimientos que me llevan a reafirmar mi postura. El primero de ellos es la promulgación de la ley que regula la actividad hidro-carburífera y el proceso que llevó a la nacionalización de YPF, muy particularmente la votación en diputados. El segundo de ellos es una serie de pronunciamientos anti-releccionistas que de inmediato surgieron de las filas oficialismo, inmediatamente conocida la votación en diputados y la inmediata promulgación presidencial. Finalmente, y esto es quizás para mucho de menor importancia, las sorpresivas críticas -y destratos- que recibiera mi contribución en el blog Lobo suelto! (www.anarquiacoronada.blogspot.com) un medio al que quisiera seguir respetando.


I. La votación y la ley.

La pronta y contundente votación en diputados confirma mis impresiones. No hay ya oposición política en argentina. ¿Dónde quedaron, luego de la votación del 54%, de octubre, esos temibles representantes de las corporaciones? ¿Están representados por apenas un puñado de algo más 30 diputados sobre unos 250?. ¿Dónde quedaron esos temibles gorilas destituyentes? Como sea y de modo urgente hay que inventarlos.

Están desde ya –como olvidarlos- los enemigos de siempre (Clarín, Nación, lo mas reaccionario del macrismo, etc.). Pero ¿han logrado articular una estrategia mínimamente efectiva ante la nacionalización de YPF? ¿Es acaso Moyano un representante de la corporación contra la que lucha el aguerrido y militante gobierno popular? 

Estas preguntas y muchas otras que por ahora les ahorro apuntan a lo mismo. Luego de las elecciones de octubre la presidenta Cristina articula un dispositivo de gobierno mucho más amplio que el que le proporcionan las corrientes militantes del Frente para la Victoria. Prácticamente todo los estratos sociales y el completo arco político acompaña a la presidenta y le reconoce (explícita o implícitamente) el rumbo.

Esta situación, he aquí la cuestión, enfrenta un dilema de hierro. Cristina no tiene re-elección legal posible. Este no sería un problema si: (a) hubiese dirigentes de recambio; (b) fuese posible convocar a dos tercios del poder legislativo para hacer una reforma constitucional que habilite de un modo u otro la re-elección. Mi hipótesis es que ninguna de estas opciones se encuentra actualmente disponible.


II. Los anti-releccionistas

Estos días de triunfalismos militantes coincidieron con una curiosa serie de pronunciamientos contra la relección presidencial por parte de referentes oficialistas tan diferentes entre sí, como pueden serlo Hebe de Bonafini, Luis D’ Elía y Daniel Scioli. Si bien las motivaciones son diferentes (los dos primeros quieren cuidar a la presidenta de una tentativa reeleccionista destinada a un fracaso previsible, mientras que el tercero comienza a mover las amenazantes fichas del anti-releccionismo republicanista), estas declaraciones vaticinan una misma incertidumbre, tal vez apoyada en una falsa creencia en las bondades mágicas de la representación política y en los procesos electorales per se.

Como dije, creo que las dos alternativas (el relevo y la relección) son casi imposibles. Y me parece claro que de no aparecer una nueva imaginación política capaz de plantear las cosas de otro modo, la derechización del proceso se torna inevitable. Las razones de tal imposibilidad son simples. La falta de recambios se debe a que los dirigentes que acompañan a la presidenta son considerados por la presidenta poco confiables (Boudou, Randazzo, Garré), o bien incapaces de ganar elecciones por sus propios medios (Rossi, Sabbatella, Filmus).

El recambio, entonces, vendrá de las generaciones jóvenes militantes. Pero falta tiempo. Si el recambio no surge del propio riñón político, el camino queda allanado para el gobernador Scioli, a quien la presidenta ha vetado definitivamente.

Al carecer de recambio, solo queda apuntar a la reforma constitucional para obtener una segunda relección. Los peligros de esta opción son evidentes. Por mejor performance que obtenga el Frente para Victoria en las elecciones legislativas del 2013 es prácticamente inimaginable que la presidenta reúna la mayoría especial necesaria. Además, no es del todo seguro que una iniciativa como ésta no active una corriente anti-reeleccionista como aquella que impidió a Menem acceder a su re-relección, y que se insinuó en el año 2007, cuando un curita de Misiones le ganó al gobernador Rovira que buscaba, precisamente, relegirse ilegalmente. Los efectos de aquellos acontecimientos repercutieron duramente sobre el armado político del Frente para la Victoria en los principales distritos del país. Hay que recordar que fue producto del miedo al anti-releccionismo que Néstor Kirchner le quitó al entonces gobernador Felipe Solá su apoyo a una re-re, y le pidió a Daniel Scioli, candidato fuerte del peronismo para ganarle a Macri en la Ciudad Autónoma, que desistiese de esa palea para ganar la elección clave en la Provincia de Buenos Aires.

Si los límites son tan evidentes. ¿Dónde encontrar la imaginación que nos permita salir de este entuerto? 

III. Generaciones. Del 501 al 2015

Aunque no soy proclive a pensar en términos generacionales, es un hecho que en la Argentina actual se han conformado al menos dos generaciones en términos políticos. La del ‘73 y la que nace con el acto de Vélez. Digamos, la de mi viejo, y la de mi hija. Ninguno de ellos conoció la resistencia al neoliberalismo. Ninguno de ellos –por razones incomparables- participó de la crítica de la representación política que ejercimos muchos de nosotros durante los años ‘90. Para la generación de mi viejo los noventa fueron años completamente oscuros, sin política. Laura pugna por llegar a los 15 y es fanática de Cristina y de la Cámpora. Tiene la edad de ese gurrumino a que se refirió la presidenta en Vélez . Al 2001 lo vio por televisión.

En cuanto a mí, debo decir que mi primera experiencia política relevante fue el 501. Tal vez a alguno aún le suene. Una banda de locos declaramos –entonces en las pareces de la ciudad y en los medios que nos dieron bola que había que vaciar de representación un sistema y un gobierno radicalmente antipopular. Las alternativas eran, entonces, De la Rúa versus Duhalde. Ante tal blindaje del sistema político nos dedicamos a denuncia una democracia incapaz de escuchar a los nuevos sujetos macerados en la lucha callejera. Explicamos a Dios y a María Santísima que convenía viajar, el días de las elecciones, a 501 kilómetro hasta quedar exceptuados de la obligatoriedad de votar para, una vez allí, hacer una asamblea auténticamente democrática.

No estoy orgulloso de lo que hicimos. En todo caso, hicimos lo que pudimos. De hecho fue gracioso comprobar el hecho elemental de que ese quilómetro 501 solo era válido para algunos de nosotros, los que vivíamos en la capital. Para los otros, por ejemplo para quienes vivían a menos de 501 kilómetro del sitio elegido para el campamento se trataba, justamente de alejarse unos 501 kilómetros del punto fijado para la asamblea. Sin embargo, el viaje en tren y los días de asamblea resultaron una inolvidable comunión antidemocrática, es decir, auténticamente democrática.

Y no se diga que estábamos solo. Aun recuerdo que en ese entonces viajaba habitualmente en el Sarmiento. En el viaje siempre me cruzaba con una consigna que decía “vota lo que puedas, construí lo que quieras”. Mientras, otros miembros de nuestra generación apoyaban a la Alianza e intentaban hacer política desde ahí (por ejemplo el actual jefe de ministros, Juan Manuel Abal Medina). Una mezcla de todo eso es nuestra generación impolítica.

IV. Anarquía coronada

La tercera serie de hechos que me llevan a volver al ruedo tan pronto son las asombrosas críticas que recibió mi texto en el Lobo suelto! Se me acusa allí de escribir desde el “miedo”; de perderme en artilugios psicoanalíticos o literarios; de ser un propagandista del modelo BRIC del capitalismo y, finalmente, se descarta mi propuesta por estúpida.

Todos estos destratos tienen algo en común: evitan la discusión profunda. Solo puedo entonces redoblar esfuerzos en atención a una declamada amistad (se me ha invitado a realizar análisis de coyuntura para dicho blog). Pues sigo pensando que nuestra natural afinidad por la “anarquía-coronada” demanda también de una consideración del mundo político.  En resumen, intento argumentar que:

1. En América Latina se está inventando un nuevo tipo de capitalismo. Este fenómeno se da en el marco del capitalismo BRIC (Brasil, Rusia, India, y China) del ex tercermundo.

2. La presidenta argumentó en este sentido en su momento, hace menos de un año, en favor de un capitalismo “en serio” (de producción, consumo y elecciones), en contra de un anarco-capitalismo (cínico-especulativo, con altos grados de desocupación y crisis de representación). Creo que la “juventud” es el interlocutor que la presidenta ha encontrado para desarrollar estas ideas.
3.  Verificamos un fenómeno especialmente importante, que abarca a buena parte de Sudamérica: la concentración de legitimidades que se concentra en los liderazgos presidenciales. Por razones aleatorias las generaciones políticas en juego están carecen de la imaginación política necesaria para enfrentar el problema de los límites a la relección, y corren serios riesgos de confundir esta legitimidad con una serie de ilusiones sobre la recuperación de la representación política y las instituciones republicanas; o bien con una aceleración del proceso de relevamiento que no se corresponde con la realidad.

4. Resulta imperioso que aparezca otra imaginación, correspondiente a otras experiencias. Creo que esta imaginación puede emerger con la consigna: “suspender las elecciones del 2015”. Tenemos que iniciar una campaña descentralizada y total para impedir que se vote en el 2015. Si no nos apuramos lo lamentaremos. Este es el aporte que puede hacer nuestra generación. Aquellos que sin ser una generación política cuenta con un capital invalorable e intransferible, del que los demás carecen. Sólo nosotros hemos alcanzado el hábito de pensar sin creer. Y dado que hemos sudado tanto para alcanzar estas cumbres, ya no será nada fácil desarmar estas adorables cabezas, solo nuestras. Somos una generación más filosófica que política entre dos generaciones más políticas que filosóficas. Tal vez porque hemos tocado fondo. Hemos visto el mundo desde abajo. Somos eterno retorno, y no será fácil que la realidad deje de darnos, a su modo, la razón. Queda el hecho de que no tenemos potencia política propia. ¿Qué nos queda, entonces? Anunciar incendios. Llamar a no confiar en las instituciones, ni en los mesianismos, ni en las encuestas. Nuestro anarquismo requiere de corona. El anarquismo sin corona es puramente imaginario. Y nos revelamos sin medias tintas contra toda corona sin anarquía.

¡Defendamos la corona mientras creamos nuestra anarquía!

¡Suspendamos las elecciones y discutamos, violentamente, el capitalismo BRICk!

¿O qué otra cosa podemos hacer?