El gobierno de nadie (una pesadilla)
por Amador Fernández-Savater
“Consideramos
un gobierno tecnocrático de unidad nacional la mejor opción para llevar a cabo
las reformas y mantener la confianza de los inversores, con una composición que
abarque izquierda y derecha del espectro político y cuente con líderes de
confianza (…) Luchando como están las democracias modernas maduras con la
crisis de la deuda soberana, los gobiernos tecnocráticos, ‘apolíticos’, pueden
ser una opción imperiosa, conforme decae la confianza pública en los políticos,
se afianza la resistencia a las reformas estructurales y los partidos sienten
pavor por las consecuencias en las urnas de aplicar reformas dolorosas”
(Tina
Fordham, Citigroup)
A
diario suceden mil cosas, pero ¿cómo descifrar cuáles son señales de las transformaciones
que vienen? ¿Cuáles son huellas o ecos del pasado, y cuáles anuncian tendencias
sociales decisivas? ¿Cómo saber cuándo hemos traspasado un umbral histórico? Me
lo he preguntado estos días pensando sobre los “gobiernos técnicos” que se han impuesto
en Grecia e Italia. Los veo como signos de muy mal agüero, fórmulas en
experimentación que podrían luego reproducirse, rápido. Prototipos.
La
verdad es que ahora mismo no me cuesta demasiado imaginar un gobierno técnico a
escala europea, que se presente y justifique como única alternativa posible a
un crash
total inminente o incluso como el menos malo de los gestores
posibles en caso de un desastre ya en curso (un corralito general, por
ejemplo). Un gobierno “de transición”, sin políticos de por medio, compuesto
enteramente por expertos y gestores que saben lo que hay que hacer y no tienen miedo a llevarlo a cabo,
ya sin ningún vínculo por débil que fuese con la ciudadanía (voto, etc.).
¿Pesadilla?
Grecia
e Italia serían los laboratorios del futuro. El experimento no va mal. Para
empezar, se puede hacer. Estos
dos golpes de Estado bajos en calorías militares no han provocado el escándalo
en la opinión pública “demócrata”. Así me lo parece al menos. Nadie ha elegido
a Monti ni a Papademos. Nadie votó los programas que van a llevar a la
práctica, pero los parlamentos han refrendado ambos gobiernos y en general se
percibe un clima de resignación, cuando no de entusiasmo. ¿Por qué no? Si lo
que hay es lo único que puede haber, pues que al menos lo gestione alguien
capaz, sin extravagancias y que sepa de cuentas, ¿no?
Hannah
Arendt llamaba “Gobierno de Nadie” al dominio de la burocracia y comentaba al
respecto: “no es necesariamente un no gobierno, bajo ciertas circunstancias
incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y tiránicas”. ¿Por qué?
Sencillamente porque “no podemos considerar responsable de lo que ocurre a
nadie, no hay auténtico autor de las acciones y de los acontecimientos.
Realmente es sobrecogedor”. Lo que sigue son sólo algunas intuiciones y citas
que me vienen más o menos desordenadamente a la cabeza al pensar en los
gobiernos técnicos de Monti-Papademos. Notas de una pesadilla.
El
Gobierno de Nadie es hijo de la crisis de la representación
“La
falta de políticos nos facilita las cosas”
(Mario
Monti)
“Papademos nunca estuvo involucrado en política.
Sabe lo que hay que hacer”
(Thanos
Papasavvas, jefe de Investec Asset Management)
El
contexto de globalización ha hecho trizas los atributos clásicos de la
soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, defensa, cultura, etc. Los
estados se limitan cada vez más a gestionar en un territorio concreto las
necesidades de la economía global. A izquierda y derecha del espectro parlamentario, se defienden en general
los mismos intereses, las mismas ideas sobre el crecimiento y la
competitividad. La permeabilidad de las instituciones a la participación
ciudadana está bajo mínimos. A estas alturas todo esto son banalidades,
secretos a voces. No son los anti-sistema, sino todo tipo de personas quienes se
lanzan a la calle al grito de “lo llaman democracia y no lo es” y conspiran en
la Red para hackear como pueden el sistema electoral (voto
nulo, voto a los partidos minoritarios, etc.).
Los
gobiernos técnicos se asimilan muy bien sobre este fondo social: rechazo masivo
de la política de los políticos, inoperatividad absoluta del eje
izquierda/derecha, hartazgo generalizado de la corrupción y los
políticos-estrella (tipo Berlusconi), etc. Monti-Papademos anuncian gobiernos
post-políticos y post-ideológicos, de pura gestión técnica. Ellos mismos sólo
son máscaras como las de Anonymous, pero bajo las cuales no hay nadie de carne
y hueso, sólo el poder abstracto e impersonal de los mercados financieros. No
son de izquierdas o de derechas, de hecho lideran gobiernos nacionales de
concentración izquierda/derecha. No son políticos, menos aún
políticos-estrella, sino simples gestores, ingenieros, expertos. No están
atados por fidelidades torpes a una ideología, a la gente que les votó, a su
ambición personal. Aspiran a rentabilizar por su cuenta el rechazo de los
políticos: son el reverso tenebroso de la crisis de la representación.
El
Gobierno de Nadie, un gobierno racional
“Monti
promete ser, en fin, un primer ministro mucho más normal y “aburrido” que
Berlusconi. Pero lo que de él se espera es seriedad y eficacia. La fiesta ha
terminado”
(La
Vanguardia)
“Cinco
palabras definirían el programa de Monti: eficacia, urgencia, crecimiento,
rigor y equidad”
(Paso
a paso).
A
Mario Monti le llaman Il Proffesore. Tanto él como
Papademos sólo hablan de eficacia en la gestión. Ambos aseguran no tener
ideología: simplemente ejecutarán “lo que debe hacerse”. Lo que debe ser.
Según
toda una venerable tradición filosófica que va desde Platón hasta Kant, actuar
“libremente” es actuar “por deber”, es decir “necesariamente”. Es la teoría
platónica de un “gobierno de la filosofía”: un gobierno de las ideas
universales y necesarias, lo que debe hacerse en tanto que es racional y justo,
independientemente de lo que opine o desee cada quien. Es la teoría kantiana de
un “agente libre”, es decir un agente que actúa “por deber”, esto es
“racionalmente”. El Gobierno de Nadie se presenta como un gobierno técnico e
instrumental: pura aplicación de las verdades de la ciencia económica. Un
gobierno sólido, en tanto que no actúa o decide por prejuicios o intereses
privados, sino “desinteresadamente”. Un gobierno eficaz donde mandan los que
saben, no los que más brillan en los medios de comunicación o los que mejor
ponen la zancadilla en los pasillos del poder.
“El
Gobierno de Nadie es el más tiránico de todos ya que no se puede pedir cuentas
de sus actuaciones a nadie (…) es imposible localizar al responsable o
identificar al enemigo” (Hannah Arendt). Quien disiente del Gobierno de Nadie
no es un adversario con razones o intenciones respetables: sólo puede ser un
loco o un ignorante. Porque sólo un loco o ignorante pelea contra la fuerza de
la gravedad. Sería también de locos o de ignorantes pedir la opinión al pueblo
sobre las políticas a ejecutar, como si la verdad de una formulación matemática
pudiese elegirse por mayoría en unas elecciones. “¿Qué sabrá la gente sobre lo
que le conviene?” Lo que dice la gente no puede ser más que ruido o furia. Es
inútil, absurdo y altamente pernicioso escucharlo.
Por
el contrario, la racionalidad del Gobierno de Nadie es la “inteligencia de lo
necesario”: descifrar las leyes que rigen el mundo y actuar conforme a ellas.
Pero se trata de leyes bien diferentes de la que pensaban Platón o Kant. El
“imperativo categórico” de Monti-Papademos es simplemente la obediencia a las
necesidades y exigencias de Goldman Sachs y los mercados financieros. Esa es
hoy nuestra fuerza de la gravedad.
El
Gobierno de Nadie como “potencia de salvación”
“¿Nos
salvaremos? Absolutamente, sí”
(Corrado
Passera, súper-ministro a cargo de Desarrollo, Infraestructuras y Transportes).
“Vamos a la carrera”
(Mario
Monti)
“Para salvar a Italia hay que apostar por la
credibilidad y la responsabilidad. Hay que ser prudentes con ir a las
elecciones”
(Franco
Frattini, ministro de Exteriores).
El
Gobierno de Nadie es el poder que nos promete el rescate de la catástrofe. El cometa de la
crisis se acerca
imparable a la tierra, los medios de comunicación anuncian su inminente llegada
(ibex 35, prima de riesgo, calificaciones), los ciudadanos de a pie miran
boquiabiertos el cielo. Sólo un puñado de héroes decididos entienden lo que
pasa y actúan en consecuencia. Seguro que no pueden salvarnos a todos, eso por
descontado. Hay gente que corre muy lento. Pero quién sabe, igual a mí sí,
confiemos…
El
poder de salvación ya no se justifica en nombre de tales o cuales valores
(democracia, etc.), sino de nuestra pura y simple supervivencia como especie. Poder
pastoral que vela y
garantiza nuestra conservación como rebaño. Poder médico: si te rebelas
contra él firmas tu propia sentencia de muerte. Poder
providencial, como explica el filósofo francés Maurice Blanchot.
“Nuestro destino está ahora en el poder: no un hombre históricamente
destacable, sino cierto poder que está por encima de la persona, la fuerza de
los más elevados valores, la soberanía, pero no de una persona soberana, sino
de la soberanía misma, en cuanto que se identifica con las posibilidades
reunidas en un Destino”. El gobierno técnico no es una dictadura, un poder
tiránico personal: “un dictador no deja de desfilar; no habla, grita; su
palabra tiene la violencia del grito, del dictare, de la repetición. (El soberano) se
manifiesta, pero por deber. Incluso cuando aparece resulta como extranjero a su
presencia: está retirado en sí mismo, habla, pero secretamente…”. Frente al show berlusconiano, la discreta “aparición
por deber” de Il Proffesore (y señora).
Blanchot
explica que el poder de salvación impone siempre una “muerte política” a cambio
de la seguridad que ofrece. El soberano debe ser incuestionable, de modo que se
cancela toda posibilidad de disenso (a la que se acusa además de complicidad
con la catástrofe). Delegamos en el soberano todas nuestras capacidades (de
expresión, pensamiento, acción) y la política queda proscrita. Porque en
realidad el Gobierno de Nadie no hace política. Ni actúa, ni decide: sólo gestiona.
Es decir, modula como puede un poder que le rebasa y precede. Una máquina
hiper-compleja orientada por intereses económicos. Un poder inhumano que no se
puede alterar, gestionar o modificar, sino simplemente obedecer lo mejor
posible. Es el poder de lo automático, de lo necesario. Es nuestro Destino.
La
danza de los
nadie contra
el Gobierno de Nadie
¿Cómo
despertar de esa muerte política? Los discursos “ilustrados” que aún
identifican nuestras democracias con la racionalidad política libre, voluntaria
y organizada suenan cada vez más a chiste pesado. Pero todavía habrá quien aconseje, ante la amenaza del Gobierno
de Nadie, que recuperemos la confianza en el sistema de partidos, la
representación política, el eje izquierda/derecha, etc. Más aún. Habrá voces
que responsabilicen con toda seguridad a la revolución
anónima que se
extiende ahora mismo por el mundo de haber allanado el terreno al Gobierno de
Nadie. “Mirad, ahí está el resultado de vuestro ‘no nos representan’”.
En
realidad es todo lo contrario. Entregando todo el poder a los mercados
financieros, blindándose contra todo atisbo de participación ciudadana,
convirtiéndose en simples gestores de lo Inevitable y lo Necesario, los
políticos han cavado su propia tumba. Ya pueden quejarse todo lo que quieran
Papandreu, Berlusconi o Rajoy cuando le toque: los poderes a los que se ataron
han decidido de pronto prescindir de sus servicios y poner en su lugar a otros
ingenieros de más confianza. Punto.
El
único despertar posible de la muerte política es lo que Hannah Arendt pensó como “acción”. Actuar es
interrumpir el dominio de lo automático, lo contrario de obedecer o repetir.
También en la vida personal: interiorizamos los automatismos cuando hacemos lo
que debemos hacer, vemos lo que tenemos que ver, decimos lo que hay que decir y
pensamos lo que está prescrito pensar. Arendt lo llamó “conducta”: un
comportamiento normalizado, previsible y predecible. Por el contrario, cuando
actuamos “nos unimos a nuestros iguales y empezamos algo nuevo”, salimos del
aislamiento y la impotencia, nos volvemos capaces.
La “política del
cualquiera” de
movimientos como el 15-M no es equivalente ni simétrica al Gobierno de Nadie:
no confía el mando a los que saben, sino que parte del principio de que todos
podemos pensar; no tiene rostro, pero precisamente para que quepan todos y cada
uno de los rostros singulares; no gestiona lo que hay, sino que inventa
colectivamente nuevas respuestas para problemas comunes.
Pluralidad,
invención, pensamiento: así es la danza de los nadie contra el Gobierno de Nadie.