A 10 de 2001
Música de fondo
El estado de una sociedad se
mide por las melodías que la política deja oír, promueve, sacraliza. Leyendo lo
del cumpleaños número 60 de Charly García me acordé de que, allá por 1990, Filosofía
Barata y zapatos de goma fue lo primero suyo que escuché y compré en el
momento de editado (lo mismo que Exactas de Spinetta, en cassette: esos
que traían una especie de acordeón interminable con la tapa y las letras que se
iba destruyendo de tanto sacarlo y meterlo a presión en la cajita). Aquel disco
traía como tema final el “Himno Nacional”, y me acordé de la sensación
ambivalente que tuve cuando, en 2004, empezó a sonar aquella versión eléctrica
y noventista en la
ESMA, a la vista de un escenario que
compartían un presidente, ministros de gobierno, Madres de Plaza de Mayo e
integrantes de H.I.J.O.S. y otras organizaciones sociales. Acá se cierra
algo, me acuerdo que pensamos entre varios, pero claro que lo más evidente
era el hecho de que desde el Estado se retomaban ciertas reivindicaciones de
años de movilización y lucha de diversas organizaciones sociales. Ciegos,
tontos y cándidos, nos parecía simpático que Alberto Fernández fuera fan
confeso de los Super Ratones y que durante el acto del 25 de mayo de aquel
mismo 2004 se lo pudiera ver clarito en la terraza de la
Rosada, nos era soportable escuchar a Víctor
Heredia sobreviviendo y nos entusiasmaba que el cierre de todo aquello fuera el
propio Charly y su versión del Himno en vivo. Expectantes con ver a la
Falta y Resto, no tomamos en cuenta un dato
fundamental: más temprano había cantado, y con singular éxito, Ignacio “Nacho”
Copani. Capaz que con algunos años más encima –éramos demasiado ingenuos, my
generation– nos hubiéramos dado cuenta de la magnitud del problema (o no,
visto el devenir de los años siguientes).
La semana pasada me enteré al
mismo tiempo que Evita pasaba a ser un personaje de animé, y que Gieco y
Santaolalla eran los responsables de la música de ese film del que no puedo
hablar porque no vi, pero del que el alucinante trailer que sí vi y los nombres
propios que rodean el film no dejan demasiado margen para la imaginación. Me
acuerdo siempre de una versión de “Zamba por vos” de Zitarrosa cantada al caer
una tarde muy fría en un acto en la estación de Avellaneda, creo que en 2003,
al año de la masacre del Puente Pueyrredón, cuando quedaba ya muy poca gente:
cantaba Raly Barrionuevo e invitó a Gieco, quien no cedía ninguna estrofa y
obligó al Raly a hacer la segunda durante toda la zamba, pero igual fue muy
emotivo y la acústica de cuerdas de metal y la frescura de la voz del Raly
marcaban la diferencia. No digo que Gieco sea mala gente, ni que Santaolalla no
tenga su valor, pero el ejemplo Nelly Omar no vale en absoluto para todos y,
por el contrario, el ejemplo Ada Falcón deberían haberlo llevado adelante
muchos otros en lugar de ella. Mi viejo me contó alguna vez que lo veía seguido
a Santaolalla yendo a visitar la casa de sus vecinos “los armenios”, melenudo y
guitarra en mano en la
Ciudad Jardín de la segunda
mitad de los sesenta. Si existiera la máquina del tiempo, la usaría no sólo
para volver a visitar la casa de mis abuelos, sino para intentar convencer por
todos los medios a Santaolalla de que su potencial estaba, qué se yo, en la
literatura, la publicidad, el origami, la locución, el aikido; nos perderíamos
capaz los toques folk-prog de La era de la boludez y Libertinaje,
pero ganaríamos a la par la ausencia de tantas otras cosas (“Mañanas
campestres”, la imagen del argentino que triunfa en Hollywood, varios discos de
rock latino que ahora se me escapan de la memoria, los discos subsiguientes de
la propia Bersuit). No faltará quienes comenten –y cimenten para la posteridad–
la idea de que entre De Ushuaia a La Quiaca
y Eva de la Argentina
hay una misma sólida fibra conductora, de coherencia y compromiso y otras
sandeces por el estilo, pero ya lo decía Nebbia, peronista y benjaminiano: la
historia la escriben los que ganan. Y en tiempos donde todos quieren ser ganadores,
la cosa se pone espesa, claro.
Me acuerdo que me impresionó
en elecciones anteriores ver a la plana mayor del PRO bailando al son de Gilda.
No en clave garcas escuchando música de sectores populares, sino
precisamente porque eso era algo que había sucedido hacía demasiado tiempo
(antes de la muerte del “Potro” Rodrigo en el 2000 el trasvasamiento
cultural de la cumbia y el cuarteto ya era un fenómeno consumado), y ellos
traslucían una inaugural y sincera felicidad al ritmo de “No me arrepiento de
este amor” (1994). Que acto seguido adoptaran “Dale alegría a mi corazón” de
Páez (1990) sólo acrecentó mi asombro ante lo obvio, ratificado una vez más
ayer del otro lado del arco político con “Avanti morocha” (1998), de una banda
que, como todas las que vinieron después de Divididos en el rock argentino,
llegó a encontrar un moderado reconocimiento cuando ya era vieja. La música de
fondo de cualquiera de las animadas fiestas de la política actual no deja
mentir. ¿Quién dijo que salimos de los ’90?