Discutir El Estudiante (IV)
Apuntes sobre El
estudiante
por Oriana Seccia
Escribo
en condiciones no elegidas por mí (¿acaso alguna vez se las elije?), escribo
como se escribe un parcial, apurada. Tal vez, ese espacio de experiencia, esa
brecha construida como mínima, es precisamente el pacto de recepción que nos
propone la película El estudiante, operando
en un espacio ínfimo, indiferenciado respecto a la propia experiencia de los
muchos jóvenes que la están yendo a ver; construyendo su fenómeno. Intentaré,
en este breve comentario, surcar algunos de los puntos que me interpelaron en
la narración, sobre los cuales se detuvo mi mirada.
Por
un lado, la película se despliega sobre un verosímil muy fuerte, y la historia,
a nivel narrativo, está muy bien armada. Fuera del pacto de verosimilitud,
resulta absolutamente interesante pensar cómo se va construyendo la trama, ya
que ella parecería navegar al nivel del acontecimiento: todos los puntos
narrativos fuertes parecen formarse y articularse entre sí en la conjunción de
varios flujos y códigos. Por ejemplo, pensemos rápidamente en cómo Roque
resuelve su misión de conseguir un lugar para realizar el encuentro de
estudiantes: allí lo que destraba la operación, que parecía saturada por las
leyes del mercado, vuelve a abrirlo a partir de la apelación a una pertenencia
comunitaria en común: somos del mismo pueblo, nos podemos dar una mano.
Otro
lugar interesante donde se detiene, sin detenerse, la película es en cómo muestra al peronismo.
Aparece, entre imágenes, sin foco específico sobre él, como una identidad política
en sí flotante: como construida en esa flotación, en esa absorción de
generaciones que piensan utilizarlo estratégicamente, pero que los excede y
acecha, los sobrevive, como un espectro. Aquí, la escena del restaurante, con
la comida intergeneracional, es elocuente.
Pero
el núcleo tal vez más interesante, es la doble acepción de la política que
surca y compone toda la película. La primera, la siniestra, es la que hablaría
de la política como rosca. El discurso que parece decir: por fuera y por arriba
de los giles del centro de estudiantes, donde realmente circula el poder, donde
realmente se definen los términos que después debate la gilada pensando que
están haciendo política, es en la rosca. Y allí prolifera el secreto, la traición, la jerarquía, la política
maquiavélica, y donde la mirada de águila, desde arriba, podría ser la única
que realmente sabe en qué tablero está jugando. La política de las chirolas: si
entrás en el juego, te doy, me dás, y siempre
va a recibir más que el que da (te ofrezco un cargo en la secretaria de
apuntes) que el que recibe (esa pequeña correa de transmisión, ese vínculo con
los plebeyos). Es tal vez esta línea la que canta La Cámpora triunfante: trosco
no entendés nada, y por eso nosotros siempre tenemos la gallina de los huevos
de oro…
Pero
también hay otra línea, se muestra otra forma de entender la política, algo que
llamaremos “una política de la subjetivación”. En este plano, la política
correría como aquello que conforma sujetos, por las sensibilidades que cada uno
maneja, por los claro-oscuros de la mirada que hacen a cada uno de los
personajes, por aquello que marca la forma en que se relacionan entre sí. ¿Cuál
es la política de Roque? ¿Cuál es la subjetivación política que compone su
cuerpo? Y entonces, hay que ver cómo ese cuerpo se da, cómo ese cuerpo circula
por el espacio con los otros. Ya lo dijimos, Roque aparece así como portador de
un saber tradicional, sin olvidar que él no es de Capital (sin refinamiento en
el hablar, entregando su cuerpo a lúmpenes trabajos sin una excesiva queja
medioclasera); saber que en su trasfondo comunitario le abre puertas; por otra
parte, también se juega en él un saber moral, una intuición de que algunas
cosas están mal (“el hijo de puta ése nos cagó, cerró con otra agrupación”),
pero que uno no puede ir a escupirle en la cara al poder: la escena donde Roque
compone la escena con el trosco que está pegando carteles, le deja pasar una
información, y el otro la escupe al rato, salta como leche hervida, se caga a
piñas… Saber éste que irá oscilando en sus líneas demarcatorias durante la
película, hasta la irrupción final de la política, a la cual volveremos. Asimismo, en esta
política entendida como forma de composición de sensibilidades subjetivadas
encontramos una determinada política del género en Roque; un cuerpo hombre que
se entrega tranquilo a la infidelidad que le corresponde (sin mucho problema),
pero un cuerpo que también sabe que hay mujeres con las cuales él va a estar
“hasta que lo dejen”. Política que se hace cuerpo, política en las
subjetividades; la película también muestra esto, y al mostrarlo, también
muestra a la política en el plano de los hechos como algo que se compone desde
una lógica acontecimental: lo que ocurre, lo que sucede, finalmente tiene que
ver con un entramado de flujos de distintos tipos: arreglos económicos (la
política de la rosca), pero también conjunción de saberes tradicionales, de
género, de comunicaciones, de apertura a otros agentes, por ejemplo, al
movimiento estudiantil: éste, desde la óptica de la rosca - que a veces parece
dominar la película -, se muestra como un convidado de piedra. Pero también
puede irrumpir; aún llegando tarde, también puede decir NO.
Y
este NO es la política a la que queríamos volver, este NO que irrumpe al final.
Irrumpe al final de la película un NO que no se construye precisamente como un
NO tributario de una política de la memoria, como resultado del aprendizaje del
héroe – lo que sería una política del bildungsroman
– sino como una política intempestiva, que corta el tiempo (y la película): ya
no más. ¿Es ésta la política minimalista de nuestra época? Durante toda la
película se narró, casi exclusivamente, la política de la rosca. Traspásese
esto al plano nacional, y claramente estaremos hablando de la política
partidaria, de esa política que llama a la participación en la elección de
candidatos que se eligieron tras bambalinas, de candidatos que, para narrarlos
con el lenguaje de la película, ya firmaron los convenios con los laboratorios
de medicina. En cambio, al final, irrumpe un NO, que rompe con ese universo
sensible: se termina la película, pero también se cumple un ya basta… Los
(horriblemente llamados) indignados del 15 –M recorren las calles de Madrid
gritando “esta mierda no es democracia”.
Por
último, ya que ahora estamos hablando de política, de sensibilidades, cabe
preguntarse: ¿en qué radica el éxito del estudiante? ¿Acaso es el eco de una
juventud kirchnerista triunfante, que cree ver narrada su comprensión de la
política, su saberse en el juego, que le canta en la cara al militante-fuerza
de choque trosco: “trosco vos no entendés nada”? ¿Es acaso un regodeo
medioclasero-narcista que goza con su autorrepresentación: “por fin una
película que habla de nosotros?”. Pregunto de nuevo: ¿por qué escribimos sobre El estudiante?