Discutir el estudiante (III)
Por
Coudet Chacho
El Estudiante no
habla de Sociales, ni de sus organizaciones, ni de la
UBA. El estudiante habla de la política, o
mejor dicho, de una forma de hacer política. Seguramente la empatía que genera,
como ustedes bien dicen, los lugares y caras conocidas para los que vamos a la UBA puede ser uno de los
motivos por los que “se festeje El Estudiante”. También esnobismo, quizás el
famoso boca en boca. Puede ser todo eso, e incluso alguna cosita más. De todos
modos, prefiero hacer como si eso no pasara.
La película
muestra a la política como algo técnico, como algo completamente
desideologizado y vacío. Nadie habla de ideas ni de problemas. Allá se habla de
gestión, de cargos, de plata, de poder. Es una política completamente
burocratizada, donde lo que se busca es hacer carrera, no importa a qué precio.
Sobre esas prácticas ya se dijo mucho, quizás no lo suficiente, pero mucho. Lo
que no sé es cuántas veces se relacionó esta forma política con los jóvenes,
con la famosa militancia de la juventud. Quizás, sin la intención del director,
vaya por ahí la particularidad de El Estudiante.
Hoy a la mañana
pude enganchar un ratito a Pablo Hupert en la radio. No llegué escuchar mucho,
pero hubo algo que me gustó y me quedó. En un momento Hupert dijo algo así como
que el Estado no tiene sólo el monopolio del ejercicio de la violencia legítima
(como decía Weber), sino también otro monopolio: el monopolio de hacer polis.
Tiene el monopólico poder de construir sociedad, de construir política. El
Estado delimita los límites del juego y dice qué es político y qué no, dice qué
es militancia y qué no.
Hoy podemos decir
que la “juventud” es militante. Un día salió a la calle y hubo algo que renació.
No lo digo yo, lo dice 6-7-8. Necesitábamos fuerza, fuerza fresca, y apareció
la de los jóvenes. La fuerza de los jóvenes. “La Walsh, el Mate, La Vertiente, En Acto,
Prisma, La Juntada,
Contrahegemonia” dice en la película esa pedorra voz en off. La juventud de hoy
levanta banderas, marcha, canta consignas y hasta está en la legislatura. Renace
en ellos el setentismo, esa fuerza que los ’90, Tinelli y el sushi nos habían
robado, y que hoy, aparentemente con la muerte de Kirchner, florece de nuevo.
El problema es
que el setentismo, como es lógico, ya no es lo que era. La militancia que en los
’90 había quedado fuera del estrechísimo límite del juego político, encontraba entonces
sus fuerzas en prácticas políticas de algunas décadas atrás. La recuperación de
los setenta implicaba una lucha contra los discursos hegemónicos, contra la
fiesta de la desideologización. Una disrupción, un laburo político fino, sutil,
que buscaba tocar la fibra que permitiera hacer trastabillar a esa línea
invisible que impone el Estado.
Hoy pasa otra
cosa. La militancia que lucha contra el fantasma de la dictadura, por los
desaparecidos y los DDHH es la que se impone desde todos lados como modelo. Sale
en la tele, en los diarios y en los afiches de campaña. Es un setentismo
reciclado que respira una historia musicalizada con un volumen aturdidor. Un
pasado que no deja escuchar otras historias y, lo que es peor, no deja escuchar
lo que está pasando.
De mi experiencia
en Sociales tengo a la Franja
más como un mito lejano que de repente cayó en la toma del 2010 a ver qué onda, que
como algo más concreto de todos los días. En mi vivencia cotidiana la rosca, el
aparateo desde arriba, y toda esa política asquerosa está más representada por
las agrupaciones kirchneristas que por las de la Franja. De hecho, apenas salí
de ver la película me vino a la cabeza un recuerdo del año pasado, de algo que me
habían contado después de la toma del ministerio. Al rato de haberse reunido y
negociado con las autoridades de la universidad, los estudiantes que habían ido
a la reunión nos comentaron con asombro la familiaridad del trato que había
entre esas autoridades y los militantes de algunas agrupaciones “anti-toma”. La
relación que hice fue simple: juegan a lo mismo. Son esas agrupaciones que,
entre frase de Walsh y del Che, saludan con un “compañero” al decano, y después
intentan liberar a la patria con un torneo de playstation (estación de poder).
Entonces, ¿qué es
lo que se festeja del estudiante? Se festeja, en principio, una película que
evidentemente moviliza. Una película que habla de la militancia podrida y
estéril que existe en las instituciones y predomina en muchas de las
organizaciones políticas. Pero no sólo eso, y acá es donde para mí está lo
distinto, El Estudiante habla de la juventud militante que uno tiende a
imaginar fresca y genuina. Después de la muerte de Kirchner y el supuesto
florecer de los jóvenes, me pregunto, ¿qué se festejará cuando se festeja la
militancia de la juventud? ¿De qué se alegran los que festejan la
burocratización masiva de los jóvenes? ¿De
qué se alegran los que festejan el regreso vacío de un discurso que supo ser
disruptivo? Quizás sean éstas las preguntas que animan la fiesta de El
Estudiante. O al menos eso prefiero pensar.