Revolución 2.0
Manifiesto
global de las universidades nómadas *
Vivimos en una situación revolucionaria. La crisis se ha vuelto
permanente, la gobernanza imperial ha fracasado, el eje atlántico está en
declive. Afirmar esto no significa hacer concesiones a un mecanicismo estúpido
ni a un determinismo ingenuo. Son las luchas las que demuestran que resulta
imposible volver a vivir como en el pasado, porque las multitudes productivas
ya no quieren y los patrones del capitalismo global ya no pueden. Es por ello
que el viejo mundo se derrumba. En las calles de Egipto, de Túnez, de España,
de Londres, de Jirau y de Rio de Janeiro, de Santiago de Chile, en las plazas y
en las redes globales, es la revolución lo que caracteriza la coyuntura actual,
abriendo posibilidades extraordinarias en la crisis del capitalismo global, que
se inició entre el 2007 y el 2008 con la caída de los créditos subprime
y hoy se profundiza con la crisis de la deuda soberana en la Unión Europea. Por
tanto, la revolución vuelve al orden del día, pero lo hace de una forma nueva:
ya no hay un ’palacio de invierno’ que conquistar, no existen ganglios
nerviosos del poder de los cuales tengamos que apropiarnos. Por tal motivo
hablamos de una revolución 2.0, que se articula a través de diferentes tipos de
redes digitales y territoriales, irrumpiendo en las calles y en las plazas
metropolitanas. En un mundo en el que producir se ha convertido en un acto
común, la ’revolución 2.0’
es el contexto en el que ese acto de producir reafirma y hace efectiva la
generalización de un deseo del común que late en potencia.
La crisis es sistémica y permanente. Las ’burbujas’ recurrentes a
través de las cuales la riqueza se acumula y explota indican que la crisis
tiene una nueva temporalidad: ya no se trata de ciclos en el interior de la
(ir)racionalidad de la economía capitalista, sino de una nueva temporalidad
constituida por los ’mundos’ que la ’burbuja’ contiene. La temporalidad de la
crisis viene definida una y otra vez por las grietas y las paradojas que
atraviesan esos mundos; por el conflicto entre, por una parte, la producción
libre y horizontal del común, y, por otra parte, la captura parasitaria de esa
producción. El aspecto negativo de esta situación es que estas burbujas
constituyen la forma de acumulación que el capitalismo utiliza para dividir y
jerarquizar el común. El aspecto positivo es que las luchas, al difundirse,
redefinen y modifican la condición de estas burbujas.
Gobernanza y común. La izquierda y la derecha al
unísono, para afrontar la crisis desde su interior, piensan que esta crisis es
una suerte de ’desviación’ de la norma. Al mismo tiempo utilizan la crisis como
una ocasión para echar mano de decisiones políticas que denominan ’de
excepción’. En la primera fase de la crisis han desembolsado miles de millones
de dólares para socializar los costes, y ahora desmantelan los últimos restos
del Estado del bienestar para asegurar que esos costes los paguen las
multitudes pobres y trabajadoras. El ’estado de excepción’ de las economías
centrales se unifica con las políticas de emergencia de los países emergentes.
Todo ello tiene como objetivo que la sociedad se pliegue ante los intereses de
unas formas de desarrollo que supuestamente están por encima de la sociedad
misma. Pero también la multitud ha decretado en Londres su propio ’estado de
excepción’.
Mencionar
la excepción no significa caer en el catastrofismo, pues este no es más que una
invitación a la inacción política, o bien conduce a reclamar la soberanía estatal
como freno a la excepción. Cuando la excepción se hace permanente, se convierte
en norma. La gobernanza es actualmente esta particular norma: no se trata de un
mero soft power, no es sencillamente un poder de gestión con carácter
experto y técnico que se diferenciaría del clásico gobierno fundado sobre la
violencia. Digámoslo claramente: si el modelo del gobierno soberano está
acabado, es porque las luchas lo han puesto en crisis; y la gobernanza es un
sistema de intervención que actúa por abajo, allí donde ya no se puede gobernar
desde arriba. El tipo de intervenciones que derivan de la gobernanza alternan
continuamente flexibilidad y violencia (es exactamente así como se preparan las
olimpiadas en Río y en Londres), en el intento de controlar y gestionar aquello
que continuamente la excede: el común. La gobernanza está por lo tanto siempre
atrapada en su propia crisis: porque precisamente en este espacio que las
luchas determinan, es donde se abre permanentemente la posibilidad de la
ruptura y de la subversión.
El trabajo de la diferencia deviene multitud. Un nuevo tipo de composición
del trabajo vivo constituye el nervio de la revolución 2.0, una composición de
pobres precarizados y de precarios empobrecidos. Se trata de un trabajo
altamente fragmentado, en el cual se combinan viejas y nuevas formas de
precariedad. En su dimensión productiva se acomodan migrantes, pobres del mundo
que se considera ’subdesarrollado’ (en Túnez, Egipto o Brasil) y el
proletariado cognitivo e inmaterial de las metrópolis ’centrales’ y
’emergentes’. En las luchas que se dan dentro de las redes y de las plazas, a
esta vida de precariedad se le contrapone la potencia del ’hacer multitud’, es
decir, la manera en que los fragmentos se metamorfosean en singularidades que
cooperan tomando sus diferencias como punto de partida, reinventando esas
diferencias continuamente: mujeres, migrantes, hombres, indígenas, negros,
mestizos, jóvenes, gays, lesbianas, transexuales.
Las fuerzas productivas contienen las relaciones de
producción.
Se invierte hoy la relación tradicional entre fuerzas productivas y relaciones
de producción: podríamos decir que son las fuerzas productivas las que
contienen las relaciones de producción, mientras que el capital variable (esto
es, el trabajo vivo cooperativo en red) incorpora el capital fijo: las
metrópolis y sus plazas, la cultura y la naturaleza. El común muestra
precisamente esta dimensión relacional de las fuerzas productivas, que consiste
en producir formas de vida por medio de las propias formas de vida: producir
conocimientos y saberes mediante los conocimientos y saberes mismos. Los pobres
devienen potencia productiva sin pasar por las relaciones salariales; los
trabajadores continúan siendo plenamente productivos aun cuando estén
desocupados; los pobres precarizados y los precarios empobrecidos son
productivos por sí mismos, en las redes y en las plazas.
De las relaciones salariales a las relaciones entre
deuda y crédito.
Si en el capitalismo industrial las variables centrales eran el salario y el beneficio,
en el capitalismo cognitivo lo son la renta y el rédito. En este régimen de
acumulación el trabajo se convierte en trabajo relacional, ’polinizador’,
inmerso en redes de autovalorización. La acumulación comienza desde abajo, como
captura —financiera— de los flujos: el mecanismo fundamental de captura
consiste en pagar solamente los fragmentos de trabajo que adoptan las formas
tradicionales de empleo. Así, la pérdida de salario directo e indirecto se ve
’compensada’ recurriendo cada vez más al endeudamiento. Beneficio y salario se
transforman, por tanto, en renta y rédito. La transformación del beneficio en
renta, a través de la financiarización, pone en evidencia la dimensión
parasitaria del capital que, para extraer valor, acaba matando a las abejas
polinizadoras del trabajo relacional. Frente a este parasitismo, con el fin de
que el trabajo de la multitud pueda reproducir las condiciones de su carácter
común, el salario debe extenderse a la totalidad del tiempo de vida y ’devenir
renta’, es decir una biorenta que reconozca la dimensión productiva general del
trabajo ’polinizador’. El derecho a la bancarrota para los precarios y pobres,
esto es, el rechazo a volver a pagar la deuda a la banca, a las empresas
financieras y a los estados, es una de las prácticas a través de las cuales la
multitud se reapropia de la renta social. El salario debe atravesar un ’devenir
renta’.
De la dialéctica público-privado al común. Ha pasado ya el tiempo en el
cual el socialismo podía socorrer a un capitalismo en agonía. En estos años de
crisis se ha constatado el fracaso de cualquier receta keynesiana o
neo-keynesiana que intente reactivar el ciclo económico a través del gobierno
público. Los procesos de financiarización del Estado del bienestar no pueden
ser confrontados en el terreno de ’lo púbico’, porque ’lo público’ es
justamente la articulación mediante la cual funcionan tales procesos. Por otro
lado, los sujetos de las revueltas inglesas o de las banlieues francesas
reciben de las políticas públicas de bienestar solo las funciones del control,
mientras se les priva de los beneficios materiales y de las promesas de
progreso que enuncia el capitalismo. Se ha agotado definitivamente la
percepción que se tenía de la escuela y de la universidad como ascensores de la
movilidad social. Esta percepción, no obstante, sigue siendo hegemónica en los
movimientos de precarios y estudiantes en Europa y en las revueltas de Túnez y
el Norte de África, que reúnen a las clases medias desclasadas y a un
proletariado cuya pobreza es directamente proporcional a su productividad: una
suma, en definitiva, de pobres precarizados y precarios empobrecidos. El
desafío se plantea entonces, de manera inmediata, en el plano de la
reapropiación de la riqueza social y, por tanto, en torno a cómo la riqueza
social debe constituir una riqueza común. En definitiva, en el plano de la
construcción de ’instituciones del común’, entendidas como la creación de una
normatividad colectiva inmanente a la cooperación social. Las instituciones del
común no serían ’islas de felicidad’, espacios de utopía dentro o al margen de
la acumulación capitalista, sino organizaciones de la autonomía colectiva y
para la destrucción de los aparatos de captura capitalista. Dicho en pocas
palabras, no queda nada que defender. Por el contrario, tal y como nos señalan
tanto el movimiento 15M en España como los nuevos movimientos globales, el reto
consiste en lograr que las movilizaciones que ahora defienden lo público se
transformen en nuevas organizaciones del común.
Ni brasileñización, ni europeización: ¡Sur, Sol,
Sal! Tal y
como evocó la poesía del modernismo comunista brasileño, la revolución 2.0
llega del SUR (de Túnez, de Egipto), se consolida en el SOL de las acampadas en
España, para volver luego al SUR que está dentro del Norte y se refleja en el
fuego de la revuelta en Gran Bretaña. Hoy en Londres, como ayer en París, nos
encontramos con las periferias post- y neo-coloniales, lo que la sociología del
riesgo llama la ’brasileñización del mundo’: el colonizado continúa siendo el
mal ejemplo a los ojos del colonizador. Pero vista desde el Sur, la
’brasileñización de Brasil’ es una doble paradoja: dado que es en el Sur donde
se encuentran hoy los yacimientos del crecimiento global, la llamada
’brasileñización’ sería en realidad una ’europeización’. En lo que respecta a
estos nuevos ’yacimientos’, no se debe repetir la experiencia histórica de la
expropiación y homologación colonial. Hay que ir más allá de la brasileñización
y la europeización, porque es en la multitud de los pobres —en las favelas de
Río de Janeiro y en las periferias de Londres— donde encontramos la SAL, esto es, la metamorfosis
del significado mismo del desarrollo.
Los espacios constituyentes del común. La revolución 2.0 es
irrepresentable: así lo afirman los movimientos. La potencia constituyente de
la multitud no tiene que convertirse en forma de gobierno, porque es ya de por
sí una expresión inmediata de las formas de vida en común. La ocupación de los
espacios metropolitanos no es un simple ejercicio extemporáneo de la protesta.
Dado que dichos lugares son actualmente espacios centrales de la producción, su
ocupación los convierte directamente en laboratorios de creación de formas de
vida en común, de reapropiación del poder: por tanto, se produce en ellos una
nueva constitución. ¿Cómo puede lograr esta potencia constituyente vaciar y
destruir la máquina de captura? He ahí el problema clave. De algo estamos
seguros: cualquier ejercicio constituyente es solo factible en el plano
transnacional. No hay posibilidad de que las luchas se desarrollen en los
estrechos y agotados confines de los estados-nación. Esto es lo que se nos dice
desde las acampadas en España hasta Túnez. Y es por esto que, tal y como ahora
indica la construcción de una amplia jornada de movilización transnacional para
el próximo 15 de octubre, Europa y los espacios globales solo pueden sobrevivir
mediante los procesos constituyentes que se encarnan en los actuales
movimientos del común y en las experimentaciones políticas de la multitud. Cualquier
otro intento de ingeniería jurídica o económica, o de reproducir a escala
continental la crisis irreversible de la soberanía, está muerto antes de nacer.
Cuando, en estos años pasados, empezamos a hablar de la multitud, de los pobres
y del común, del trabajo cognitivo y de la biopolítica, quizás no comprendíamos
en toda su profundidad la potencia de lo que estábamos diciendo: las luchas de
hoy nos lo explican y lo impulsan. Esta es la forma de entender los conceptos
como herramientas políticas. Y siguiendo este camino continuaremos
contribuyendo a transformar la situación revolucionaria en revolución, una
revolución 2.0. Este es el único camino plausible y posible para salir de la
crisis, para ir más allá de la impotencia y de la melancolía de la izquierda, y
más allá de la guerra entre pobres que ha creado la derecha.
* (Este manifiesto se
ha escrito a raíz de los debates en el marco del 3º
Seminário Internacional Capitalismo Cognitivo: REVOLUÇÃO 2.0, que tuvo
lugar en Rio de Janeiro los pasados 24,25 y 26 de agosto).