Cuestiones de anacronismo


El 25 de mayo pensé mucho en el Tío. Toda esa gente en la calle me hicieron recordar sus hazañas.

Hace tiempo ya que no lo veo. Viene poco a capital. Pero de seguro estuvo en los festejos. Y lo debe haber disfrutado de lo lindo.
Voy a llamarlo para que me cuente, a ver si agrego un capítulo más a esta secuencia que ahora que lo pienso cubre una década de sorpresivas irrupciones. Porque lo cierto es que por h o por b, mientras él estuvo en todas, yo me perdí cada uno de estos tres decisivos acontecimientos.
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A las tres de la tarde del 20 de diciembre de 2001 una extraña guerra civil tenía lugar en Corrientes y 9 de julio. En un país definitivamente sin destino y que vivía el verano más caluroso que se recuerde, bandas policiales arremetían a muerte contra oleadas de jóvenes que atacaban sin remeras ni objetivos. El Tío llegó al obelisco guiado por su olfato de animal militante. Pero al toque se supo en el medio de una pelea que no comprendía. No alcanzaba a distinguir ni las reglas ni la lógica del combate.

Le impresionó que los chicos prácticamente se inmolaran con cada piedra que arrojaban. Corrían hasta posicionarse a escasísimos metros de la yuta que disparaba con balas de plomo, casi a quemarropa. Y luego no retrocedían lo suficiente ni se procuraban refugio. O lo hacían sólo para tomar un nuevo impulso y hacerse de algún pedazo de adoquín, hasta que la nueva señal de avance resurgía como un grito guerrero en sus gargantas colmadas de adrenalina.

Pero no podría decirse que el Tío dudó. El problema era que su cuerpo no encajaba. Entonces sintió que debía aportarle racionalidad al enfrentamiento, trasmitiendo algunos criterios que hicieran más eficaces y ordenados los ciegos embates de sus circunstanciales aliados callejeros. Así que se dirigió a dos muchachos, para pedirles que no se expusieran tanto. No había terminado de aconsejar a los pibes, cuando otro chico se le acercó por la espalda y le lanzó con desparpajo: “mi viejo, tené cuidado que la cosa está pesada”.

De golpe comprendió todo.

Los parámetros que lo guiaban respondían a enfrentamientos en los que había participado durante los años setenta. Pero esa memoria no se correspondía con las sensaciones que ahora experimentaba. Estaba literalmente fuera de lugar y sus movimientos resultaban un tanto torpes. Se apartó para mirar con más distancia aún y sólo entonces creyó percibir que la multitud distinguía espontáneamente dos funciones: de un lado los pibes que iban al frente y más atrás un grupo de edades heterogéneas ocupados en hacer el aguante, acercando piedras y ánimos, noticias o agua.

Una extraña alegría lo estremeció. En ese cómico instante sintió que dejaba de ser un “sobreviviente”. Todo volvía a comenzar… pero de otro modo.

***

El martes 15 de julio de 2008 no fue al Congreso sólo, como en aquel diciembre, pero tampoco con su grupo, como acostumbraba. Acordó encontrarse con un amigo de viejas tropelías, en Callao y Perón. Y a último momento se enteró que lo acompañaría su sobrina.

Como el acto había sido convocado por el Partido Justicialista, lo primero que recordó fue su temprana renuncia a esa estructura partidaria, 35 años antes, inmediatamente después de la masacre de Ezeiza. El orador principal sería el mismísimo Néstor Kirchner, que subía la apuesta del enfrentamiento con “la nueva oligarquía rural”, aprovechando la revuelta de los empresarios para recuperar la menguada mística militante de sus seguidores. Con el escenario polarizado al máximo, según el Tío no había lugar a dudas: había que estar en la plaza, para evitar un retroceso que lamentaríamos por muchos años más.

Ella llegó a la cita pocos minutos después de las 16. La esquina ya era un hormiguero. Ellos esperaban a unos pocos metros, nerviosos y expectantes. Les hizo señas con las manos, pero parecían reconcentrados: el Tío daba indicaciones al oído, mientras el tucumano escuchaba con atención. Atinó a apurar el paso, pero ya habían salido disparados en dirección contraria. Le hubieran pasado por al lado sin verla, de no haber sido porque ella alcanzó a tomar al Tío por el brazo, un tanto inquieta por lo ridículo de la situación.

- “Ah, llegaste. Pensamos que te había pasado algo y estaba yendo a llamarte”, dijo el Tío entre risas, con esa mezcla infantil de adrenalina y alegría que lo caracteriza.

Finalmente decidieron recorrer la Plaza de los dos Congresos. Estaba casi llena y la euforia del Tío crecía, sus desplazamientos se hacían más ágiles y sus gestos se volvían teatrales, como si hubiera sido trasportado temporal y espacialmente. Pero lo verdaderamente sorprendente era la actitud asumida por el Tucumano, que les abría camino entre la multitud y los protegía celosamente de cualquier aglomeración desagradable. Hacía el trabajo con una rara habilidad, valiéndose de precisos movimientos con su grueso cuerpo, generando espacios o anticipando los excesos de presión que sobre ellos se ejercían. Este fue guardaespaldas alguna vez, pensó ella, mientras comenzaba a sentirse incómoda por el esfuerzo. Así que decidió irse cuando se acercaba la hora de los discursos, sabiendo que sus acompañantes se quedarían hasta el final.

Al llegar a la casa leyó los titulares de los diarios en Internet y supo que el discurso había sido combativo, duro con los opositores. Había tenido incluso ribetes sensibleros, con convocatorias a la lucha en defensa del gobierno popular. Por eso quedó sorprendida cuando más tarde llamó al Tío para controlar que hubiera llegado bien, y a modo de balance éste aseguró que los discursos le habían gustado porque “fueron componedores y serenos, como el momento lo exige”.

- Pero si los medios dicen todo lo contrario… ¿Tan mentirosos pueden ser? ¿Cuántos discursos hubo?

- Sólo el de Kirchner. En realidad yo no escuchaba bien y el tucumano me iba traduciendo lo que decía. ¿Qué fue lo que dijo entonces?

La risa se escuchó en ambos lados del teléfono, pero la inflexión era distinta. De un lado se solicitaba cándidamente complicidad, como un chico que le ruega al otro guardar un secreto. Del otro la carcajada que provoca darse cuenta de la altísima proporción de banalidad que flota en el ambiente.
RAQUEL RIZZONI